miércoles, 5 de abril de 2023

La niña y su muñeca

La niña y su muñeca

La niña y su muñeca, ella vestida con su vestido remendado de recortes a cuadros, colores diversos, algunos de los remiendos en triángulos, otros con círculos formando topos de mil colores varios. Su muñeca de trapo, vestida como ella, colorida y de vestidos hallados en los desechos humanos que tiran a diario. Iba muy bella, con esos ojitos abiertos, como platos, brillantes, sus mofletes colorados, recién maquillada, con los polvos desechados en esa cajita metálica con nombras raros.

La niña, con el pelo despeinado, suelto, volando con el viento cual cola de cometa en la oscuridad de la noche, brillando, nadie sabe porque brillaba ese pelo, pero brillaba, incluso de noche parecía fluorescente. Su rostro, a veces triste, otras sonriente, dependiendo del diálogo que con su muñeca tuviera, hasta se le veía, a veces, soltar carcajadas como si la muñeca le hubiera contado algo chistoso. Ella paseaba por las calles, todo el mundo le conocía, si bien nadie sabía quien era. Le daban comida de ves en cuando, ella de corazón lo agradecía, también en nombre de la muñeca que  la llamaba Lucero del Alba.

Por las tardes llegaba hasta la playa, se sentaba en la playa y ella y Lucero del Alba jugaban haciendo castillos con la arena hasta la hora en que el sol se acostaba, en esos momentos, ambas miraban esa puesta de sol, con esa variedad de colores tan bonita, ninguna tarde era la misma, un espectáculo que ellas apreciaban y les encantaba.

Al acabar, la niña miraba a Lucero del Alba y le decía, Lucerito, es hora que nos vayamos a la cama. Se levantaba, cogía la muñeca, la abrazaba, mientras la abrigaba con una mantita que llevaba para que frío no pasara. Se sacudían la arena, perdiéndose entre las calles escasamente iluminabas, con esas lámparas débiles, parecía que parpadeaban, el silencio las noches tomaba, la luna asomaba, alzándose hacia el cielo, esta vez vestida de rosa, estaba pletórica, llena, muy bella, hasta subir al cielo que de su vestido rosa se desnudaba, quedando blanca, brillante, en la Tierra, las sombras revivían bajo la luz que de ella llegaba.

Entraron en un portal de una chabola hecha con chapas de bidones de aceite, cortinas de tela de saco, ya gastada por el viento y por los años, sin luz, ya a oscuras, sólo algún rayo de la luz de la luna que se filtraba por los agujeros de las chapas, se acostaron abrigándose con la vieja manta encontrada en algún lugar que ni ella recuerda, sobre cartones recogidos de las cercanías de alguna tienda mirando al tendero esperando la aprobación para que se los llevara...

Toni Oliver

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