sábado, 20 de agosto de 2022

El ramo

El ramo

Sentado en un bar, taciturno, de tanto divagar por la noche, una copa en la mano de un extraño líquido que con sólo olerlo ya trastoca mis sentidos, la terraza abarrotada, un concierto de voces donde no se distinguía ninguna, conseguía que mi mente llegara al olvido de penas, angustias y otros problemas que ya ni especifico.

Me despertaba algún golpe de alguna ligera brisa que se perdía en entre la gente y su perfume de humanidad, proveniente de todos y de ninguno al mismo tiempo, al menos refrescaba un poco mi cansada cabeza en un momento de esa tan deseada pausa. Sí, como si hubiera apagado el interruptor ese que dicen que tenemos para no pensar en nada.

Estaba tan a gusto, hasta sonreían mis labios, sin motivo alguno o con todos los motivos del universo.

Rompió mi abstracción un mensajero con un ramo de flores, rosas rojas y blancas, decoradas con ramitas verdes que salían de los costados, como una especie de armazón que las mantenía quietas en el centro. Reconozco que eran preciosas esas bellas rosas.

¿Es usted quien dice en la tarjeta? Me espetó el mensajero. 

Sí, soy yo.

Este ramo es para usted.

Me lo entregó y se fue, me dejo con esa cara de satisfacción e imbécil al mismo tiempo. Por dentro silencio de mi mente, ésta empezó a cavilar y ha hacer preguntas sin respuesta.

Mientras, mis ojos hacían un escaneo de todo el panorama visible para ver quien podía haberme mandado las flores. Nada vi, nada encontré.

Empecé a analizar el ramo por si tenía alguna tarjeta oculta aparte de la de mi nombre que no llevaba nada más. Un un rincón encontré una pequeña, tenía forma de cilindro, como si fuera un cigarro, pero estaba liada en uno de los troncos de una rosa, para más inri, pinchada con una espina, mientras el resto no tenían ninguna.

Intenté sacarla con cuidado por no romper el ramo, si bien creo que tampoco me importaba demasiado, la intriga me ganaba, deseaba saber quien las mandaba, para así poder saber el motivo de ese mérito.

La deslié, despacio, con cuidado, si bien era un auténtico control, la ansiedad me superaba. Al abrirla, estaba totalmente blanca y decía. “¿...?.

Sin palabras, sin idea del significado, ya mis ojos en blanco, mi mente en un desierto infinito, sin oasis para un respiro, quien me viera desde fuera, seguro que me vería como un viejo, quizás borracho, con la mirada al infinito, sin mirar a ninguna parte visible ni con destino conocido.

No me quedaban palabras para pedir otra copa, con mucho esfuerzo conseguí levantar la mano cuando vi asomar al camarero para que me la trajera.

Me trae la copa, me mira raro, también al ramo,me dice: ¡Qué bien le quiere esa señorita!

Me quedo mirándolo. ¿La conoces?

No, sólo he visto al mensajero que le traía las flores y tal como vino desapareció. No es de los habituales por esta zona.

Cortésmente le di las gracias, se apartó, pero no lo hizo mi mente, ella seguía preguntando y preguntando sin respuesta alguna. Un gran misterio que rompió esa paz que había conseguida momentos antes con tanto esfuerzo.

En mi mesa el ramo, huele muy bien, lo reconozco, pero me sumerjo entre los efluvios alcohólicos que hay en la copa, inhalando todo esos vapores que se desprenden, con los ojos cerrados, como si de una bola de cristal oscura estuviera mirando para conocer mi presente y futuro, pero no, seguía mi mente llena de preguntas, sin respuestas, a momentos en blanco buscando un vacío donde guarecerme. Al final terminé de levantar la copa a la altura de los labios, sorbiendo el líquido poco a poco como si fuera el elixir de la vida y la inteligencia o conocimiento, pero nada, sólo me entraba sueño y más sueño...

Toni Oliver

Silentes diálogos

Silentes diálogos

Silentes diálogos
palabras mudas
ojos, sus miradas
diciendo más que mil enciclopedias
labios hambrientos de cuerpo
carne cruda, sintiente
aumentando esa hambre en cada parpadeo
aumentando el calor de esa lava
como volcanes en erupción
en cualquier momento la explosión
saliendo ese fuego, esas llamas
sin control alguno
desde el corazón.

Toni Oliver