Lo recuerdo, ya anciano, su gran calma, sin prisa, que el día es largo y hay que llegar donde haga falta.
Yo tenía unos 6-7 años, sentado sobre un saco de paja, el lento camimar del mulo, con la misma parsimonia que el abuelo, tal para cual, pero a todos lados llegaban, hacían su trabajo, de sol a sol, labraban, segaban, trillaban, siempre al mismo ritmo, las prisas no formaban parte del entorno.
Yo que venía de la ciudad, no estaba acostumbrado a ese lento ritmo, las prisas siempre imperaban, si bien, nada se podía comparar con las que ahora se llevan. Corremos, corremos y ni siquiera sabemos donde vamos...
Toni Oliver