lunes, 20 de marzo de 2023

El carrito

El carrito

Se escuchaban las ruedas metálicas rodar sobre la calle empedrada, ese ruido tan característico, lento, pero sin pausa. No dejaban escuchar los pasos de quien lo empujaba. De todos conocido, por el humo de sus fogón donde asaba las castañas los días de frío. Se paró, poniendo el freno, unos tacos de madera, al carro. Avivó el fuego, sacó la negra sartén, le añadió un buen puñado de castañas, las que iba removiendo constantemente para que no se quemaran. Su perfume, embriagador, entraba por la nariz mientras las  pupilas gustativas empezaban a babear deseando ese precioso manjar, típico del frío del invierno.

A su vera, a unos metros, unos niños, con sus canicas de barro, algunas viajadas de tierras extrañas, de cristal con dibujos en sus entrañas, de diversos colores. Antes de empezar la partida se las enseñaban los unos a los otros, uno traía una bola de acero, de esas de los rodamientos de los camiones, más grande que las otras. Tenía nombre, “la maligna”, cuando daba encima de alguna canica la rompía en mil pedazos... Creo que más bien el maligno era el que la portaba...

No pudieron resistir esos niños la tentación de las castañas. Empezaron a buscar por los bolsillos algunas monedas, pero quitando algún pañuelo, de esos ya usados con mil colores en su superficie, nada les quedaba. Sólo las canicas que portaban para jugar.

Empezaron a dar vueltas por el carrito, por lo menos se calentaban con el calor de la leña que estaba ardiendo, pero sus ojos no se apartaban de esas castañas, estaban ya tomando un color oscuro, su perfume, de tan bueno, insoportable para esos estómagos vacíos, tras la postguerra, poco había para llenarlos, tampoco dinero para caprichos. Tras un buen rato dando vueltas, viendo como la gente se llevaba su cucurucho de papel de periódico lleno de castañas, sus estómagos rugientes, cuales fieras hambrientas, la boca babeando, el castañero les hizo un trato. Una canica, cinco castañas. Todos aceptaron. Dobló el castañero el papel de periódico en forma de cucurucho, cinco castañas en su interior, una canica para su bolsillo, mientras pensaba, esta para mi niño, que nada le sobraba de lo que ganaba con las castañas.

Una vez acabadas las castañas, organizó su carro, sin prisas, colocando las cenizas de modo que no se esparcieran, tapando la sartén con la gran tapa que llevaba... Se escuchaba de nuevo el acero de las ruedas, mientras se alejaba, el sonido se desvanecía en la distancia, mientras, las luces de gas se encendían, pues ya anochecía, los huesos se helaban y las manos, temblorosas, pues guantes pocos había, la miseria reinaba. También entre penas, la felicidad se adaptaba.

Toni Oliver

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