El autobús
Los alumnos de la Escuela de Armas
Antisubmarinas salen de sus aulas cargados con los libros, blogs y
material para escribir, si dirigen, sin formación alguna, por la
senda de los Elefantes hacia la base.
En el puerto entrando está un buque
dragaminas, se dispone a atracar en el puerto, se ve movimiento, los
marineros se apresuran a esperarlo y así poder recibir sus amarras y
colocarlas en los estays para que se pueda realizar la maniobra de
atraque a la perfección, con todo cuidado y sin peligro para las
instalaciones ni para el buque. Sobre la cubierta, tanto en el
castillo de proa como en toldilla varios marineros colocan las
estachas en los cabrestantes para así tensarlas y acercar poco a
poco el buque al muelle, cada vez las estachas más tensas están, el
agua cae de ellas, la tensión provoca que el agua que del mar han
recogido se vaya eliminando y al mar vuelva a caer.
La maniobra se realiza sin ningún
problema y el dragaminas atracado queda, se baja el portalón y baja
la tripulación a puerto comprobando todos los amarres con tierra y
la tensión de las estachas pertinentes, pues tampoco demasiado
tensas pueden estar si se las quiere de roturas preservar.
Por el otro lado del muelle, otros
marinos corriendo de un lado al otro del puerto para estar en
perfecta forma física, son los aspirantes a buceadores de combate,
personas que son capaces de salir de debajo del mar y trepar por las
amuras de cualquier buque y subir a bordo sin ser descubiertos.
Gente muy bien preparada y siempre en
el anonimato, pero gente que lo va a dar todo cuando sea necesario,
no solo es personal de la Armada, lo hay de todos los cuerpos de
Seguridad del Estado y la preparación es muy dura. No todo el mundo
vale para ello, esta gente tiene que estar muy bien preparada tanto
física como mentalmente.
A lo lejos un autobús gris con
matricula de la Armada se va acercando a la base, despacio, sin
prisas, llega a la base y da la vuelta y se para.
Los alumnos que lo estaban esperando se
suben a el para que los lleve a la residencia, es casi la hora del
almuerzo y los estómagos ya empiezan a ronroear como si gatos dentro
de ellos hubiera.
Ya no hay asientos libres, el resto de
alumnos se quedan de pie por los pasillos aguantándose como pueden
para no ir dando bandazos de un lado hacia el otro. El conductor
cierra las puertas, arranca el motor y el autobús empieza a rodar, a
rodar por la turtuosa carretera que sube la montaña, una montaña
llena de polvorines disimulados en medio de la vegetación natural
del bosque, poco a poco vamos ganado terreno a la montaña, curva
tras curva, por un lado la parte por donde sube la montaña, por otro
el vacío hacia el precipicio, precipicio que en sus laderas soporta
los cables de alta tensión que suministran la energía a la base,
pasan justo por debajo pero por la parte de afuera del firme de la
calzada, entre los pinos colgantes que de dicha ladera van colgados.
Sigue el vehículo su ascensión hacia
la residencia, un coche blanco en una curve se ve venir y de pronto
un silencio atroz, todos los viajeros con la sangre completamente
congelada, todos aguantando la respiración y mirando a la parte
interior del a carretera, un coche blanco completamente destrozado.
En el autobús casi 80 personas siguen
sin respirar, mirando a un lado el precipicio con los cables de alta
tensión y el autobús que balanceaba sobre el borde de la carretera,
luchando porno caer al precipicio al primer movimiento en falso de
cualquiera de los que a bordo se encontraban. Casi sin respirar y
guiados por el conductor, blanco como una pared encalada estaba, pero
que supo mantener la calma y hacer que todos la mantuviésemos nos
hizo salir a la carretera por su puerta, uno a uno y despacio,
sorteando y controlando el peso para que no se despeñara el
vehículo, después de unos muy tensos minutos logramos salir sanos y
salvos dejando a su merced al autobús, que no llegó a caer, pero
muy poco faltó.
Fuera el panorama era desolador,
reconocimos el coche, era un Seat 600, por la matrícula lo
identificamos, era el coche de unos compañeros nuestros, pero algo
no cuadraba, no encajaba, el coche no era descapotable, pero no tenía
techo y este no estaba por ningún lado, de momento lo olvidamos,
seguimos por la carretera para encontrar a sus ocupantes, el primero
seguía en el coche agarrado al volante y sentado en su silla, como
si no le hubiera pasado nada, pero no respiraba ni se movía,
seguimos buscando a más pasajeros y el siguiente estaba tendido en
el suelo, pero con algo que le salía del vientre, todas las tripas
habían reventado y ahí estaba desangrado, levantamos la vista y al
otro lado de la carretera una persona sentada en otro asiento mirando
la pared de roca que formaba la montaña, seguía sentado, pero todo
el rostro destrozado, el suelo lleno de sangre. Había dado contra el
muro y había rebotado quedando sentado en el mismo asiento que iba,
pero todavía respiraba, al poco tiempo llegó un coche oficial que
también se dirigía a la residencia y vio todo el desastre montado,
mando al chófer, los teléfonos móviles todavía no estaban en uso,
a la base a pedir ayuda, un tiempo no especificado más tarde llegó
la ambulancia y se llevo al herido al hospital. Los demás salieron
con la funeraria y nosotros seguimos hacia la residencia andando, con
la moral por los suelos, pero con algo bueno, 80 personas nos
habíamos salvado del desastre gracias a la pericia del conductor que
supo controlar el autobús hasta el último segundo sin que se
saliera de la calzada, aduras penas, pero lo consiguió.
El conductor también fuñe ingresado
en el hospital recibiendo tratamiento psiquiátrico por más de un
año y le costó caso año y medio volver a coger un autobús.
El pasajero del coche que quedó vivo,
estuvo en coma casi tres años hasta que falleció.
Día trágico en la Escuela de Armas
Submarinas EAS Bustamente.
A mi, cada día que pasaba por el lugar
me venía a la mente la viva imagen que grabada me quedó de la silla
con el cuerpo dentro y destrozado por el golpe, eso día tras día,
hasta que la Escuela abandoné.
Por cierto, la parte de arriba del
coche quedo soldada al autobús, por ello no la encontrábamos.
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