Crujía el peldaño de vieja madera de la escalera con su repetido movimiento, haciendo notar sus años y sus malos cuidados, los de la niña que en ella estaba sentada. Vestida de harapos, con la piel toda llagada, mirada perdida al infinito, en su regazo, un muñeco harapiento, las ropas a trozos se le iban cayendo.
Contra su pecho lo apretaba con fuerza, moviendo incesantemente el cuerpo, sin articular palabra, se levanta un poco los harapos deshilachados que casi nada cubrían su cuerpo, la cabeza del muñeco acercó a su ya desnudo pecho, sin palabras, le forzaba a tomar pecho...
Se cubrió con los hilos de tela que todavía tapaban algo su piel, desnudó el muñeco, carne podrida, llagas sin sangre, no era un muñeco, era un niño muerto, carne putrefacta...
Con cuidado lo fue vistiendo de nuevo, colocándolo en su regazo, ella, seguía con sus repetidos movimientos, mirada perdida a lo lejos, nada veía, sólo sus pensamientos, los de esa mente ausente, quien sabe de cuanto tiempo.
Un golpe sonó con fuerza, seguido de otro, rodando la escalera, seguía el niño en sus brazos, ella, el el suelo, sin aliento, los dos cuerpos abrazados, ambos muertos.
Toni Oliver