Sentada
Sentada en el ochocientos ocho, un portal desgastado, al igual que la puerta verde, mal iluminada por la vieja lámpara de petróleo, de una calle sin nombre, en la ciudad innombrable, de algún país, que mejor no acordarse. Ahí, estaba ella sentada, cabizbaja, pelo colorado, fuego ardiente, con la ropa desgastada por el uso, el roce en doquier, llena de desgarros por los enganches entre las ramas. Movía el cuerpo, como si estuviera llorando, un reguero de agua salía de su cuerpo, no adivinándose si de las lágrimas o de otro lado. Poco duraba ese reguero sobre el cemento seco, tanto tiempo sin caer ni una gota de agua, ni tan siquiera la lluvia de ese pueblo se acordaba. Escupías al suelo, al instante todo se evaporaba. Le saludé a mi paso por su lado, sólo movió su cabeza de arriba abajo, sin articular palabra, me dijo con la mano que me largara. Me alejé, esta vez sí se escuchaban los sollozos... Mientras me alejaba, se escuchaban los cascos de los caballos, cansados, tirando de una carreta bien cargada, pasó por delante de ella, al volver la vista atrás... Ella ya no estaba. Sólo quedaba el portal ochocientos ocho, desgastado, igual que la puerta verde, la farola ya no alumbraba, sin petróleo se había quedado. Un chillido ahogado, un silencio, la calle vacía a oscuras, no se escuchaban ni mis pasos. Cualquier sonido se había evaporado, al igual que la luz, de ella nada quedaba...
Toni Oliver