lunes, 25 de noviembre de 2024

La vi

 LA VI


Mi puñetera cabeza, de fantasías y falsas historias.

La vi, ahí estaba ella, no podía apartar la mirada, seguía sus

pasos, su respiración, hasta que desaparecía detrás de alguna

estantería, no podía seguirla en la distancia. Mi mente daba

vueltas y más vueltas entre abandonar o acercarme a ella, provocar un encuentro «fortuito», presentarme como si hubiera

sido un accidente, o seguirla, silente, a cierta distancia como si

fuera un agente de la CIA para presentar algún informe.


Mientras mi mente divagaba

la vi a ella, con su pelo rizado

que al ir avanzando con sus pasos

se levantaba al viento como si fuera un cometa.

Pelo moreno, largo, con sus rizos alborotados;

paso firme mientras va avanzando,

dubitativo cuando se para en algún lado.

En mi mente una maraña impertinente

de pensamientos impuros.



Quizás no sean tan impuros, sino auténticamente puros por ese animal salvaje que se concentra en mis genes como la leche condensada que se inventaron para encerrarla en una lata de metal para que no salga esa fiera, y cuando revienta o se abre con el roce de las miradas...


 Aparecen los instintos concentrados 

obcecándose los ojos en mirarla, 

desearla como si otra cosa no hubiera en el universo

 más que ella, ella, ella, ella, ella; 

sin poder olvidar la estructura de su cuerpo, 

ese pelo que en la distancia me enamora, 

deseoso de ver sus ojos frente a frente… 


Decidí adelantarme a sus pasos, necesitaba ver sus ojos, esa parte que tanto me encanta al tiempo que me enamora. Dicen que los ojos hablan entre el silencio y a mí me encanta ese diálogo sin palabras donde el cuerpo se estremece, no por fiebre, sino por la tontería de cuando uno se enamora, y no sabe cómo reaccionar ni expresar lo que uno siente, esa incertidumbre donde se juega el todo o nada. 

Eso mismo me pasaba, si la encuentro de frente qué le digo, cómo empiezo una conversación sin olvidar todas las preguntas pertinentes que se pasean entre esa maraña de pensamientos que hay en mi cerebro, mientras la maraña se hace más grande, inmensa, y peligra el éxito de lo que estoy buscando.

 Intento tirar un poco del hilo de mis líos mentales, ¿está casada? ¿Tiene pareja? ¿Me mandará al carajo si le digo que me gusta? Solo queda sacar al poeta para que no se líe más el ovillo.

Qué pensará si le digo que me gusta

 y si le digo: «te quiero, 

qué bonitos ojos tienes, 

me encanta tu pelo, 

y qué decir de tu sonrisa, 

que me enamora y provoca la mía 

haciendo que se convierta en perpetua;

no puedo eliminarla de mi rostro mientas la tengas en el tuyo,

promoviendo la locura de mi ya loco cerebro 

que hace tiempo perdió la cordura, 

desde en el momento en que te vi allá a lo lejos, 

aunque ya de mí nada entiendo». 

Todavía no he podido ver sus ojos, me vuelven loco y no los conozco. Qué sucederá cuando los vea frente a frente, ni idea, solo sé que continúo siguiéndola de lejos y la veo de espaldas dirigiéndose a la zona de lencería y productos eróticos. Tengo que seguir andando detrás de ella para verle la cara en algún momento. La necesito, ya no su cara, sino toda ella. 

Está mirando la lencería, roja, negra, de encaje… De lejos parece como si fuera de cera, minúscula toda ella. La parte inferior y la de arriba de gran tamaño, y cuando la coge con sus manos, estas son minúsculas al lado de los soportes mamarios. Desde la distancia se ven esas manos suaves, con las uñas bien pintadas de un color nacarado con puntitos brillantes que van destellando ante mis ojos.

Ese nácar brillante 

que se desprende de tus dedos 

con el parpadeo de las estrellas 

que me deslumbran cuando te veo, 

me enamoran, aún sin conocerte en mí. 

El miedo indescriptible, 

absurdo como todos ellos, 

a perderte y tener que abrazar la ausencia 

en lugar de tu presencia, 

donde el corazón late con más fuerza 

locomotora, imparable cuando

poco a poco sintoniza con el tuyo, 

sincronizando las frecuencias y 

latiendo al unísono. 

Como nuestros ojos cuando parpadean, 

sin notar cuándo se abren o se cierran 

en el incesante parpadeo, 

ese diálogo entre pupilas, 

ambas pícaras, deseosas 

de entrar en esas zonas oscuras 

donde trascienden las caricias,

haciendo que tiemblen la piel 

el cuerpo y el alma, 

sin vergüenza alguna, 

al contrario de esa que siento 

ahora para mirarte a la cara y decirte que me gustas. 


Entre pensamiento y pensamiento, desapareció de mi vista, quedándose en mi mente. Estaba desolado, triste, tanto que salí de la tienda, cabizbajo, peleándome con mi cabeza por hacer el gilipollas, por no atreverme a enfrentarme a mis miedos y sacar el coraje para salir adelante, olvidándome de ese tímido personaje que se pierde entre vanos pensamientos dejando la realidad existente. 


Pobre de mí, 

cobarde, sin agallas 

para enfrentar la vida, 

prefiriendo pelear ante un ejército 

que decirle te quiero a esa persona que te gusta. 


Prefiero hundirme en el barrizal 

antes que subir al cielo pasando por los infiernos; 

los del placer prohibido, 

los de los sentimientos intensos, 

esos que te enervan, 

que se sienten con el alma y el cuerpo, 

y de los que no hablan los diccionarios. 

solo algunos libros locos escritos para unos pocos, 

leídos por muchos menos.

Esos infiernos que cuando entras en ellos 

no quieres salir y aunque las fuerzas de seguridad te saquen, 

vuelves, pues sin ellos la vida no vale la pena. 

Es un viaje para vivientes muertos. 


Estaba sentado sobre un pilón de esos de cemento que separan las zonas del aparcamiento de los caminos marcados para que circulen los coches, justo al lado de un paso cebra que unía este con el supermercado. Seguía absorto en mis pensamientos, casi diría que los tenía en blanco, uno de esos momentos en que ya no piensas en nada y apenas te enteras de lo que pasa a tu alrededor, como si estuvieras en una isla en medio del océano donde nadie te estorba la vista. 

De pronto escucho que algo se cae a mis pies, lo observo: un paquete de preservativos. Lo recojo, levanto la mirada y ahí estaba ella de nuevo. Esa vez nos veíamos las caras, unos ojos negros, grandes, brillantes, me veía reflejado en ellos como si fueran un espejo cóncavo con mi figura deformada; me veía delgado, y eso que siempre he estado con unos kilitos de más... 

Su voz diciéndome que si le puedo dar lo que se le ha caído, y yo, todavía atontado, con la mano temblorosa, le acerco la caja mientras de sus labios sale una gran sonrisa de la que se contagiaron los míos. 

Ella agarró la caja y yo, como atontado, no la soltaba, la mano me temblaba de tener la suya justo a unos milímetros de la mía, hasta que me dice: «la sueltas o no». Sin perder la sonrisa, la solté, la puso en la bolsa de nuevo, me dio las gracias y ante mis ojos, de nuevo, desapareció. 

Mi cuerpo temblaba, no entendía nada, es como si estuviera con fiebre. Me volví a sentar sobre el pilón, estaba tan atontado que no tenía ningún reflejo para reaccionar y me entraron ganas de llorar; mientras, por otro lado, me contenía, pero no podía ni hablar, si lo hacía se me entrecortaban las palabras y mi propio cerebro, con esa vocecita que tiene cabreada, diciéndome: «tonto, imbécil, idiota» y otros calificativos que no quiero ni recordar. 


La miré a los ojos 

como el azabache, negros, 

con su brillo alumbrando más que el sol, 

cegando los míos, hipnotizándolos.

 Ella, joven, alta, imponente 

en los mejores momentos de la vida; 

yo, tímido con una gran colección de años 

colgados de las paredes del pasado, 

una mente viva con ganas de vivir, 

un cerebro tímido que me estafa 

usando el autoengaño. 

A veces lo maldigo, 

luego recuerdo que él y yo somos el mismo, 

vuelvo de nuevo a sus ojos 

y ahí me veo bello, esbelto, 

al tiempo que de ellos me enamoro 

como un colegial en un improvisado encuentro.


Me veo divagando entre ilusiones, 

realidades absurdas que no entiendo 

en un mundo que me invento, 

quizás porque uno que me guste no lo encuentro. 


A veces me siento afortunado, 

con el camino trillado 

o nuevos para ser explorados; 

otras, todo lo contrario, 

en un barrizal, hundido, 

buscando una salida que no encuentro. 

Y cuanto más peleo, más me hundo. 

Desespero, desespero... 


La vi, ahí estaba ella, tocando el piano con sus mágicos dedos, pero no, no era ella, ni su nombre se le parecía, mas era idéntica, sus gestos, sus facciones. Atontado con el divagar de las notas que salían del piano, absorto me quedé mirando su rostro, retrocediendo en el tiempo cual máquina para ello, recordando viejos tiempos. De fondo, su música, emulando la voz que salía de sus labios y que cuando escuchaba se me erizaba todo el vello, hasta el que ya no tengo. 

En cada nota simulaba una escena, algunas ya olvidadas, pero recordadas en este momento en el que transportado por esas notas sacadas de las teclas e impulsado con magia por sus dedos, me recordaba cómo estos se deslizaban por toda la piel, muy despacito, acabando con la paciencia de mi mente y auo revienta o reviento, difícil explicar con palabras, cuando al final acabas con un temblor incontrolado, a lo bestia, por todo el cuerpo. Y no es temblor de frío, fiebre o algo parecido, pero te deja exhausto, con una sonrisa de lado a lado del rostro, abrazado a ella, juntando los cuerpos como si fueran una sola pieza, acabando con interminables besos de diferentes tipos: suaves, delicados, apasionados por tiempos, mordiscos que te devuelven a unos momentos anteriores ya descansados y con más fuerza, como si no hubiera mañana, que no lo ha


Retrocedí veinte años 

al verte ahí enfrente, 

vi este presente que me recordaba 

aquel pasado encantado. 


No, no eres tú, no llevas su nombre 

ni sus apellidos, pero sí su belleza, 

el brillo de sus ojos, un calco 

tu idéntica sonrisa, esa expresión... 


Ahora, mi cabeza un lío, 

tu imagen en presente 

idéntica a otra del pasado, 

y mi mente dando vueltas 

con la sonrisa de lado a lado. 


Una gran diferencia: 

tú ahora, joven, 

yo ahora, viejo y cascado; 

con una coincidencia: 

antes y ahora, calvo. 


Antes la tenía a mi lado, 

me hacía vibrar desde adentro

y no, no era la fiebre, no temblaba, 

si bien la temperatura era muy alta,

 aunque no la del termómetro. 


Ahora te miro como al pasado, 

a sabiendas que ese presente 

no ha empezado ni acabado, 

simplemente inexistente,

 un sueño, una ilusión. 


Al darme la vuelta desapareces, cual espectro

 solo en mi imaginación, 

aunque esa sonrisa en mi rostro te agradezco 

y la guardo en mi corazón. 


Tras el sueño, al despertar al alba, los rayos de luz entraron en la habitación, a mi lado, nadie, la cama vacía y el único calor el de mi lado y el que por la ventana entraban, eso sí, todavía tímidos, filtrados por los cristales. Entre ellos, minúsculas figuras que flotaban como las estrellas del cielo, pero sin más brillo que el que el sol les aportaba, todo lo demás, puro sueño salvo la música que sí sonaba en la fiesta que había asistido. En mi mente aparecía una y otra vez, insistente, su sonrisa, sus muecas, su pelo rizado, sus ojos, su mirada, esa complicidad con solo mirarnos los rostros... 

Todo se iba difuminando, como esas motas de polvo en suspensión que bailaban entre esos rayos de sol salidos de la inexistente nada. Ahí, esas minúsculas motas de polvo, se van ordenando como por arte de magia, pintando su rostro, moviendo los labios, como si me hablara. Quería preguntarle por qué me abandonó aquella mañana, silente, sin decir nada, desaparecida son dejar rastro, pero mientras me atrevía, desaparecía difuminada entre los labios, dejando un corazón palpitante que también acabó difuminado al abandonar el sol mi ventana. 

La vi, balcón frente a balcón, la calle por frontera, sin barreras, pero con el vacío por delante, mientras buscaba que su mirada se cruzara con la mía, pero no, no había manera. Se rehuían las miradas, la suya con la mía y viceversa, hasta echar las cortinas para no ver dentro de nuestras casas. 

Tan cerca, tan lejos, una simple calle, diez metros, un vacío, como si fuera el foso de los grandes castillos, llenos de cocodrilos u otras especies hambrientas. Ninguna más hambrienta que el hambre que de ella tengo, de conocerla y tenerla a mi lado. Cuando abro la puerta de mi balcón, ella desaparece y a la inversa. 

Ella, de pelo largo, morena de pelo y de cara, perfecto su cuerpo, y de su persona no hablo, a tanto no llego. Pasan los años, pero la invisible frontera que nos separa no se derriba, solo me queda mandar versos al viento a ver su supera el muro de la alta torre del castillo, entrando por el ventanal y le puedo llegar al alma.


Toni Oliver



 

Si te pudiera encontrar de nuevo

Si te pudiera encontrar de nuevo


Si te pudiera encontrar de nuevo

sí, ya lo sé, nunca nos hemos visto

tampoco nunca hemos hablado

pero te vi en mis sueños.


Sueños recurrentes

donde apareces a cada instante

imagen siempre presente

en mi historia errante.


Volaste hasta mi alma

con tus invisibles alas

bonitas, transparentes, de seda

tu voz siempre callada.


Hablaban tus ojos

enciclopedia de expresión

hablando con el corazón

ese recóndito rincón.


Mi corazón haces palpitar

cada vez que mis pupilas atraviesas

volando mi imaginación como lo hace el alma

un universo sin fronteras.


Sí, te vi mientras corría la suave brisa

acariciando mi piel erizada

sintiendo como una fuerte corriente eléctrica

mi mente electrizaba.


Mis versos son en presente y en pasado

en momento te recuerdo

en otros te veo

siempre te siento a mi lado.


¿Recuerdas?

Cuando nos revolcamos en la tierra

bajo las bellas rosas

de todos los colores había.


Esas espinas que se nos iban clavando

esa sangre que corría como si fuera río abajo

por los brazos, el pecho

hasta en la cara algún arañazo.


Ese perfume inconfundible

el de las rosas y el petricor en el aire

después de un seco verano, inaguantable

me decías, la tierra bajo mis pies cruje.


Cierro los ojos de nuevo

ahí está tu con tu sombrero

tu pelo negro azabache bajo el sombrero blanco

mientras la brisa mece ese pelo negro.


Tu blanco vestido

volando al son del viento

que lo tiene levantado

dejando tus pantorrillas y muslos al descubierto.


Cogiditos de la mano

como dos colegiales olvidados en el tiempo

desconectados del mundo

ese que nos tenían impuesto.


En la playa recuerdo tu corazón

haciendo coro con el mío

no teníamos radio

pero sonaban al unísono.


Nos alcanzó esa tormenta de agosto

antes de esta en unos minutos un sol espléndido

en nada un fuerte aguacero

cayendo como chorros por todos lados.


Nos rodeaban los rayos

la tormenta arreciando

unos delfines allá a lo lejos

saltando, jugueteando.


Con los truenos temblaba la tierra

terremoto tras terremoto sacudiendo nuestras almas

en nuestros labios, nuestros rostros una enorme sonrisa

incluso, de vez en cuando unas grandes carcajadas.


Carcajadas al ver nuestras caras

desnudos con nuestros cuerpos a la vista

nada importaba, el mar nos acariciaba

a veces a las olas por encima nos pasaba.



Ahora, tras no se cuanto tiempo

sueño con estar juntos

en carne y hueso

no sólo como amor platónico.


Ya sé que no apareces con tu cuerpo

pero en mi mente lo tengo grabado

en mi corazón a fuego

en mis manos te siento.

Toni Oliver



Las plumas de la inocencia

Las plumas de la inocencia


Le llamaban Calimero, si, ya sé que es el nombre de una serie de dibujos animados, pero es que el personaje es muy parecido, un incomprendido en una sociedad de adultos, donde todo lo que se le ocurre hacer está mal hecho, pero no decae en el intento, él, quiere ser él, no el objeto que han planeado para su persona.


Calimero, de mente libre como el viento, veía el mundo de los adultos como un auténtico absurdo, intentaba entenderlos, pero le prohibían hablar mientras los mayores lo hacían, pero cuando él lo intentaba le callaban la boca, con un potente ¡Calla! Deja hablar a los mayores que son los que saben.


Eso le dolía mucho, él quería decir su opinión, hacer preguntas dialogar con ellos, pero era algo imposible, ni siquiera se preocupaban de saber como se sentía, ni tan siquiera de si existía, hasta cuando intentaba decir algo, que siempre le mandaban callar.


Se sentía invisible, decidió pasar de la gente adulta y vivir el mundo tal como el lo deseaba, no como veía.


Lo que veía era un mundo de esclavos, trabajando de sol a sol, sin tiempo para él ni para nadie, su padre llegaba cansado, apenas, en este estado se le podía decir nada, si lo hacías respondía a gritos o te “invitaba” a que te fueras lejos de él.


Mientras todos los niños correteaban, gritaban, jugaban, pero había algo en ellos, ya estaban cogiendo la costumbre y la cara de enfado de sus padres, del resto de adultos, no se puede estar con niños y jugar con ellos cuando siempre están enfadados con todo el universo, poco a poco se convirtió en un niño solitario, no jugaba con nadie, pero sí lo hacía con él mismo y su imaginación.


Voló con su avión de papel, sobre la casa donde vivía, se fue alejando, abajo se veía el mar, las montañas que dejaba atrás, volaba por encima de las águilas, éstas le saludaban con algún que otro vuelo en círculo alrededor de su hermoso avión de papel, el avión volaba sin ruido, un vuelo suave somo si se moviera entre sedas, así estuvo por tiempo indefinido, se olvidó de ese raro invento llamado “tiempo”, también de los adultos, sus malas caras, de su invisibilidad, ahí, en ese vuelo todos los pájaros le sonreían.


En su cabeza pensó que podía volar como ellos, agitó los brazos como si fueran alas, al poco se dio cuenta que se le habían llenado de plumas, los agitó con más fuerzas, ahí empezó su primer vuelo, como pájaro, aprendió del águila que vio al principio, seguía sus movimientos, cuando se giró, ahí estaba el águila enseñándole como planear para descansar sus brazos, ahora ya alas. Estuvieron jugando un buen rato, así aprendió a desenvolverse en el aire, aprovechar los vientos, las capas térmicas, etc. Si bien todo esto no era para pensarlo, sino ir jugando, aprendiendo cada día más y más.


Ya siendo pájaro, no había fronteras, ni calles, ni puertas, se veía un mundo precioso desde lo alto, hacia arriba, las estrellas, la luna, el sol. Subió por encima de las nubes, todo un mundo de algodón a sus pies, imaginó que podía posarse encima para descansar, como si fueran un colchón muy blando. Así se pasaba las noches, mirando las estrellas como parpadeaban. La luna, le sonreía, le iluminaba en la oscuridad. Incluso, con ella hablaba de lo absurdo de los adultos, esos seres raros, enfadados, sin tiempo para esos niños que trajeron al mundo.


Empezaron a filosofar y a preguntarse cosas que no entendían. Como, por ejemplo, por que se tienen niños sino pueden atenderlos, porqué trabajan si no tienen tiempo para

ellos, ni de dormir tan siquiera, se acuestan y no descansan pensando en que ya mismo tienen que levantarse, se levantas enfadados con ellos mismos, con los que tienen al lado, con el mismísimo universo.


La luna se convirtió en su aliada, un día le dijo a Calimero que subiera a verla de cerca, él, ni corto ni perezoso movió sus alas, empezó a remontar fuera de la atmósfera, podía respirar perfectamente, nadie le había contado que ahí afuera no se podía respirar por falta de aire, voló y voló hasta que a la luna llegó, al verla tan inmensa alucinaba, pero también sentía una enorme felicidad, su sonrisa le envolvía toda la cara, los ojos le brillaban tanto que daba igual si estaba en la parte oscura o en la que le da el sol, sus ojos iluminaban todo lo que había delante de ellos, se sentía feliz y tan contento como un niño chico al descubrir cosas nuevas, era lo que realmente estaba haciendo. Empezó a explorar, andando y volando con sus alas. Divisó una entrada hacia una caverna, como buen volador aterrizó en la misma entrada,ahí, caminando atravesó la entrada.


Dentro, al principio estaba todo oscuro, pero al pensar que podía ver perfectamente sin luz, como por arte de magia todo se iluminó, sin sombras, era como una luz extraña, pero que dejaba verlo todo. Se adentró, sin miedo a nada, al principio todo eran piedras, rocas, estalactitas y estalagmitas, de repente, un gran lago en su interior, desde lo alto se veía inmenso, azul, como se ve el mar en la tierra, como azul se veía el techo de la cueva, no se veían estrellas, pero si peces saltando fuera del agua, algunos inmensos, como los seres míticos que contaban en los cuentos, no, esos no se los contaban sus padres, sino los abuelos el poco tiempo que estaba con ellos. Ahora le vino el recuerdo, se veía acostado en un pequeño camastro, su abuelo, con su abuela al lado, le iba leyendo los cuentos hasta que se dormía, si al acabar él no lo había hecho, empezaba ella, a veces tampoco les bastaba, en este caso ya se los inventaban, hasta que acababa rendido y se dormía. Volvamos al lago y sus peces, era precioso verlos saltar, perseguirse, entretenerse...


Le hizo ilusión jugar y saltar con ellos, emprendió el vuelo desde casi la cúpula de la cueva hacia el lago, se acordó de que no sabía nadar, pero imaginó que sí podía hacerlo, entró empicado, como hacen las aves pescadoras, al entrar en el agua se sintió como una sirena, podía nadar perfectamente, respirar bajo el agua, no envidiaba a los peces saltarines, se convirtió en uno más. Se puso a jugar con ellos, como si no hubiera mañana, al cabo de un buen rato, el tiempo no existe, se sentía cansado.


En el fondo del lago encontró un banco de algas, se recostó sobre ellas, se sentía cómodo, nunca había estado dentro del agua ni mucho menos buceado, saltado, tampoco conocía esa sensación de ingravidez, no tardó en dormirse un rato.


Se despertó cuando unos lunáticos peces le estaban empujando para jugar con él. Al principio se asusto un poco, pero al ver su sonriente cara, se alegró y animó. Todos empezaron a nadar por todos los rincones del lago, incluso sus cuevas, que las tenían como lugares secretos donde los adultos no se adentraban y les dejaban tranquilos, lugares preciosos, llenos de emociones a cada momento. Apareció un nuevo amigo, de color rojo y azul, con patas, pinzas y aletas, los otros peces le llamaban el Mordazas, era casi más rápido que ellos, a pesar de sus des-uniforme cuerpo, desafiando así las leyes físicas, como la abeja, dicen los ingenieros que con ese cuerpo no puede volar, pero lo hace.


Se adentraron en otra cueva, esta vez era una selva acuática, bajo el agua, curiosamente se veían volar los pájaros, saltar a los monos de árbol en árbol, leones, elefantes abriéndose camino y los demás seres que conocemos en la tierra, pero con la peculiaridad de que aquí se combina un mundo acuático con otro terrestre, pero en el

mismo sitio.


Calimero no se hace preguntas, simplemente disfruta de todo este mundo nuevo, es tiempo de divertirse, no de pensamientos filosóficos. Ha descubierto un juguete nuevo, su mente, imaginar algo y así es, así se vive, así se siente, no existe el pasado, ni el futuro, sólo ese presente, sin adultos con sus caras largas, su permanente enfado, su falta de tiempo, aquí nada de eso hay. No hay imposibles, nadie te dice que no hay dinero para comprarlo, que hay que trabajar para conseguirlo. Tampoco se siente hambre ni necesidad alguna de comer, tampoco de beber. Imaginas, lo puedes hacer o tener.


Tampoco hay normas, ni leyes, nada de eso se conoce, los peces no se comen entre ellos, se dedican a jugar, explorar, aprender, es más, nunca se plantean dañar a alguien.


Patinó Calimero al pisar una de las rocas que cedió bajo sus pies, le dolía el golpe, se le ocurrió poner las manos sobre la herida, en segundos se calmó, ahí se dió cuenta de que él mismo se podía sanar, sin médicos, ni jeringas, esas horrorosas agujas que usaban para poderte las vacunas o cuando estabas malito para ponerte alguna medicación, ahora era su propio sanador, lo hacía cada vez que sufría algún golpe, o se hacía alguna herida, funcionaba, no sabía ni el como, ni el porqué, pero funcionaba y, lo más curioso, ni se lo planteaba. Su única misión y preocupación, que no era tal, disfrutar.


Mordazas le dijo, hay que salir de aquí, vamos afuera de las cuevas, pero no por donde hemos venido, ahora vamos a ser simplemente energía, podremos atravesar las piedras, hasta viajar al mismísimo centro de la tierra, simplemente con desearlos.


Se convirtieron en una especie de luz que iba atravesando todas las rocas, pasando por entre la lava de los volcanes, grandes ríos subterráneos que los atravesaban sin resistencia alguna, las aguas estaban frías, pero la temperatura no les afectaba. Seguían adentrándose, cada vez más y más, hacia el centro de la luna atravesando las capas que la forman.


En un momento, el vacío, pero como eran simplemente energía no había ningún problema, abajo, un bosque, todo tipo de árboles, entre ellos, unos seres diminutos, parecidos a los humanos, todo el tiempo cantando, por ciertos, unas canciones muy bonitas, armónicas, una música que tranquilizaba a cualquiera, hasta a ellos que eran simplemente energía, danzaban felices. Se dieron cuenta de su presencia sin cuerpo, pero sí siendo luz, les invitaron a seguirlos con sus danzas, cada uno volvió a su forma original, el pez cangrejo con sus colores, rojo, azul, sus fuertes mordazas y sus raras aletas.


Se pusieron a bailar, incluso les dejaron algunos instrumentos nunca visto para que intentaran tocarlos, eran de cuerda, somo si fueran guitarras muy raras, algún tipo de flauta, también muy raro, formas indescriptibles, ni tienen ningún punto de comparación para poder hacer comparación alguna.


Curiosamente, sin tener ni idea de como tocar estos instrumentos, los tocaban a las mil maravillas, como si lo hubieran hecho toda la vida, eso hacía que la fiesta se animara más de lo que ya estaba.

De dentro las ramas de los árboles aparecieron una especie de luciérnagas, inmensas, que iluminaban a todos, incluso la de otros seres vestidos como si fueran finas sedas, semitransparentes, que al ser iluminados eran como si fueran hadas apareciendo en la fiesta, su voz era muy suave, pero se sentía perfectamente como si cantaran directamente a la oreja, enamoraban al escucharlas. Cambiaban de vez en cuando de oreja y otra hada aparecía en la otra cantando otra canción, también melódica y muy

agradable, pero algo curioso había, no se interferían unas con otras, la mente no mezclaba, la claridad de sus voces era impresionante, se podían escuchar todas, como si lo hicieras una a una, pero todas a la vez sin que la calidad del sonido de unas estorbara a las de las otras.


Aparte de tocar Calimero y Mordazas, probaron de cantar, no reconocían su voz, era muy bella, suave y con una potencia enorme, se maravillaron de sentirse a ellos mismos, no les costaba nada, simplemente se dejaban fluir, seguir los acontecimientos, cuanto más hacían algo, que desde el principio ya lo hacían bien, más mejoraban.

Se dieron cuenta que podían subir a los árboles sin esfuerzo, saltar de uno a otro sin miedo ni caerse, nada era difícil, tampoco necesitaba esfuerzo alguno, no paraban de jugar, reír, sonreír, ahí estuvieron mucho tiempo. Un día, el más anciano, que a Calimero le recordaba a su abuelo, pero en diminuto, les dijo que se sentaran un rato con él.


Le preguntó: ¿Calimero, tu que haces aquí, cómo has dejado la casa de tus padres y has emprendido ese viaje?


Calimero le contestó: Vivía en un mundo absurdo, todos hablaban de la “felicidad”, pero siempre estaban enfadados, trabajaban como esclavos, nunca tenían tiempo para mi, no me dejaban hablar, ni preguntar, así que un día, decidí desaparecer dentro de mi mente y vivir todo lo que ellos no se atrevían.


El anciano, piensa un rato, luego le pregunta: Pero ellos te estarán buscando, ¿Lo has pensado?


Pues sí, pero sin mucho interés en saber la respuesta, si cuando estaba era invisible, tampoco se habrán dado cuenta de que no estoy.


El anciano, tras pensarlo, dice, tienes razón, total, para vivir en un mundo absurdo, cuando todo podría ser felicidad, pues cada uno de nosotros la lleva dentro de serie, pero nos olvidamos de ello, la buscamos fuera como si fuera un objeto. Que eso es lo que hacen para manejar a la humanidad, que busquen la felicidad como si fuera una cosa que se puede encontrar en cualquier parte, pero trabajando mucho, como bien dices, como esclavos. Por eso ofrecen cosas para que las compres y te creas que con ello tendrán la felicidad que buscas. Al rato de tas cuenta de que es un engaño, pero te ofrecen más y más cosas, vuelves a caer en la trampa, a comprar más y más, pero sin encontrar la felicidad, sólo un simulacro de un corto espacio, al final tienes trastos inútiles con los que te pensabas tener la felicidad y no la has obtenido. Control de masas.


Calimero se estaba dando cuenta de que su cuerpo iba creciendo, pero si mente seguía siendo la de aquél niño que decidió desaparecer, aunque fuera con su mente, de donde no se le veía. Sabía que un día tendría que volver, pero no tenía prisa, ahora era feliz descubriendo un nuevo universo, sabía que si volvía intentarían quitarle las alas, las aletas, incluso la imaginación y su pensamiento. Harían todo lo imposible para encerarlo en el mundo de los esclavos, incluso, si no lo conseguían lo encerrarían en un manicomio de por vida.


No quería la vida de Peter Pan, pero tampoco la vida de esclavo que le tenían preparado en un mundo totalmente absurdo y que la absurdidad iba aumentando cada vez que uno iba respirando.


El anciano: Te voy a dar una pócima, que no te hace falta, pero tendrás un hermoso sueño en tu descanso, te ayudará a decidir lo que tengas que hacer.


Mordazas: ¡Ten cuidado, eso es una trampa! Gritó desde lejos. Eso le hizo reaccionar a Calimero. Se negó a tomar la pócima. Ambos decidieron volverse luz de nuevo, seguir atravesando al corteza de la luna, hasta llegar al otro lado. En una de tantas cuevas que atravesaron, vieron como la gente se estaba matando, guerras y más guerras, todo tipo de armas, países invadiendo países, robándoles todos sus bienes, quedándose sus tierras, la sangre como si fueran ríos, corriendo por el suelo hasta formar surcos y convertirlos en ríos. Se miraron ambos, al unisono salió la palabra “absurdo”.


Estuvieron un rato más mirando hasta que se dieron cuenta de que no quedaba nadie vivo, ni tan siquiera el río era de sangre, pero había quedado todo desierto, pero sí habían empezado a nacer brotes de hierba verde, el río se tornó de agua limpia y cristalina, todo crecía muy rápido. Pronto aparecieron todo tipo de animales, curiosamente, no se veían humanos entre ellos. La paz y la armonía entre todos, se sentía, se escuchaba la música del agua al correr sobre las piedras, incluso, se veía una cascada a lo lejos donde caía toda sobre un lago, hermoso...


Mordazas se sentía feliz de ver como ese lugar había recobrado su cordura, Calimero lo miraba, ahora sus colores eran más vistosos, brillantes, sentía felicidad en ese lugar, pero temía que volviera a ser como lo que habían vivido hacía unos momentos.


Tango que volver, pensó Calimero, aunque sea una misión imposible tengo que enseñar cordura a todo el planeta Tierra, aunque de loco me traten, Mordazas, que escuchaba sus pensamientos, se puso por un momento triste, pero al momento volvió su sonrisa, como la de antes, ambos se sonrieron, sin palabras. Volvieron a ser luz, Mordazas volvió a su mar en el gran lago del centro de la luna, Calimero, volvió a la Tierra.


Se despertó en un lugar de paredes blancas, cuerpo de adulto, ya no era el niño de antes, pero su sonrisa y cara de felicidad, esas arrugas que salen de tanto reír., gente vestida de enfermeros, médicos, otra gente hablando solos por los pasillos, gritando, chillando...


Se le ocurrió preguntar donde estaba al primero que encontró, le dijo que llevaba muchos años encerrado en ese manicomio, siempre actuaba como si fuera un niño pequeño, la gente lo escuchaba con atención, sobretodo cuando contaba sus viajes, sus vuelos, esos paisajes que conocía...


Toni Oliver