Nací en el lugar inadecuado
Nací en el lugar inadecuado, a destiempo, pues ya llevaba tiempo encerrado sin querer salir, no me gustaba lo que afuera estaba notando. La cesárea, por suerte o desgracia, no había al pueblo llegado.
Iba para rico y nací en la casa más pobre del barrio, por si acaso, delante estaban las hermanas de la Caridad, llevaban el asilo de ancianos desamparados, ni mi sexo era el que habían contratado, era del sexo contrario. Tenía que ser niña, nací varón, que descaro.
A fuera, tiempos revueltos, al igual que los ganadores festejando el haber ganado, el pueblo bien armado gana al pueblo no tan agraciado, aunque el mismo pueblo lo hubiera votado. Estos últimos, ya, teóricamente, acabada la guerra, callado, si levantas la voz acabas perseguido, encarcelado, tu cuerpo no será encontrado.
Mandaban las fuerzas vivas, los aliados de los ganadores con dinero, la Guardia Civil, la policía, el alcalde, el clero y los maestros. Su palabra era ya juicio hecho, por ello la condena estaba asegurada.
En los cementerios, lo sé, porque vivía en la casa del cura, sobre la fría piedra, cuerpos destrozados, de uno u otro bando. La culpa, fuera verdad o mentira, al más desgraciado del pueblo, poco importaba si lo había o no hecho, faltaba un culpable, por ello era culpado.
Poco se habla de la cantidad de muertos que nada tienen que ver con la guerra, era la hora de arreglar los viejos problemas, entre vecinos, entre hermanos, la familia, etc. La culpa para el más desgraciado, y si del otro bando era partidario, encantados.
Eran malos tiempos, las mujeres a misa, con velo, si es posible de negro, vestido que se guardaba para cuando enviudaban, por vida condenadas a llevarlo. Mandaba el padre de familia en casa, los demás no eran nada, no existían los malos tratos, no, eso no, lo que existía era que podían hacer lo que les daba la real gana dentro de su casa, la ley lo amparaba.
El cura pasaba lista, si bien lo negaba, pero si el domingo no acudías a misa, cuando te veía te regañaba, si no le caías bien, la Guardia Civil te mandaba.
Que aburridas las misas, siempre lo mismo se decía, ahí ese libro con el texto de cada misa del año, se repetía, se repetían... Esas bulas en semana santa, tiempo de ayuno y abstinencia, al pueblo normal lo de la abstinencia o el ayuno no lo importaba, total, poca cosa que llevar a la mesa quedaba, pero los de alta alcurnia, esos hombres de negro, como su alma, sonrisas por fuera, en la oscuridad, tras las cortinas te condenan, en tu presencia la sangre te absorben como el vino en la mesa.
Así muchos años, que hubo momentos buenos, nadie los niega, las vacaciones con los abuelos, el resto de casa a la escuela y viceversa.
Un día acabé en un internado, ahí las grandes penas, nada entendía, a las preguntas no se les daba respuestas. Los fines de semana esperando que alguien viniera, de la familia, me refiero, pero nada, siempre los ojos mirando la puerta por si alguien aparecía, pero no, todos los demás con sus familias iban, la mía nunca aparecía. En las vacaciones, autobús, tren y a casa, para que luego me mandaran con los abuelos, al acabarse, de vuelta al internado, allá, entre las montañas, repitiéndose la historia hasta que un día, al acabar el curso, llega mi padre, me dice, “nos vamos, empiezas a trabajar pasado mañana”...
Un chiquillo de 12 años recién cumplidos en un mundo de adultos que nada entendía de sus charlas, trabajando en un bar de un hotel en una zona de playa, ilegal, estaba de moda y no pasaba nada, cuando llegaba un inspector me mandaban a casa...
Hasta aquí mi infancia abreviada.
Como la mía, muchísima gente en mis tiempos, era lo común, lo más normal, lo cotidiano, lo que se usaba...
Toni Oliver