Miró el anciano
Miro el anciano, pelo canoso, el que le ha quedado, esa barba blanca que se acaricia de vez en cuando, ese reloj, el de la vida, viendo como el tiempo va pasando. Sus manos arrugadas lo van sosteniendo, temblorosas, como las cortinas tras los cristales rotos por el granizo, tras la tormenta del atardecer.
Oscurece, se van borrando los números, las agujas se van diluyendo entre el cristal y ese soporte de indeterminado material, desapareciendo, al tiempo que los ojos se van cerrando, del mismo tembleque de esas manos, ya sin fuerzas, lo que ha quedado de ese reloj, de los humanos invento, cae en el abismo del mismísimo universo, donde el todo es nada y la nada es el todo.
Su mente, divagando ya entre los ancestros, crédulo e incrédulo al tiempo, nada entiende, aunque sabe lo que sí está sucediendo. Mira desde lo lejos aquel cuerpo fornido, presentando cara al viento, a las tormentas, a las tormentas, al hambre, la miseria... Tantos avatares sucedidos a lo largo de los años, esa vida con sus altibajos, bellos y malos momentos, victorias sobre si mismo, también esos grandes hundimientos, donde pierdes la esperanza en el lodo del fondo, luego, tras las desesperación cierras los ojos, visualizas como salir de ese gran pozo o abismo, renaciendo de la muerte por inacción.
Sí, ese cuerpo ya no es más que polvo, mezclado con la tierra como abono, de donde nació, allí volvió para seguir su función. Todo muere, se regenera, nace, vive y vuelve a morir cerrando el círculo del funcionamiento del universo.
Ya no hace tic tac ese reloj, ni su corazón, no corre la sangre por sus venas, su alma, si existe, vuela libre, saliendo de su cárcel, volviendo su energía al propio universo, de donde salió hace tiempo.
Toni Oliver
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