La cima de la colina
Estaba la noche oscura, la luna brillaba por su ausencia, elsilencio roto por el maullido de los gatos encelo, dando laimpresión de que un ejército de niños estaba llorando.
Escondido tras lo viejos muros de un antiguo monasterio, sintejado, acurrucado en una esquina para aprovechar la defensan de los dos muros que la formaban, tanto para defenderme delfrío nocturno, como de alimañas, tapado con unas viejas tablas, que seguro pertenecieron a alguna puerta por el tiempo, sus inclemencias y, porque no decirlo, del salvajismo humano quedestruye todo por allá donde pasa, la noche, era fría, helada, estaba conteniendo el tembleque del cuerpo y el de los dientes que tenían la intención de armar un concierto de percusiónentre ellos, calentándome las manos con el aliento y colocarlasde nuevo en los bolsillos para mantener un poco el calor.
Arriba, cada vez que miraba, al no poder cerrar los ojos yrelajarlos, se veía un bonito espectáculo de estrellas, lasgalaxias, todo el firmamento, como pocas veces había visto. Enlas ciudades esas cosas apenas se ven, algunas estrellas y poco más.
Ante mí, unos ojos muy juntos, seguramente de alguna rata sese pasea por entre las ruinas buscando algo que levarse al estómago, le acompañaban otros pares, cogí una de las tablas y la lancé hacia ellos, desaparecieron, por lo menos por un rato.
Se escucharon ruidos de caballerizas, el golpear de las ruedasmetálicas sobre las piedras del camino, los cascos de loscaballos herrados, algunas voces a lo lejos. Se iban acercandopoco a poco, minúsculas lámparas se acercaban, si bien másparecían luciérnagas en la distancia.
Se pararon los ruidos de las llantas y de los cascos, unos fuertesgolpes en la puerta, una voz de hombre gritando ¡Abran en nombre del Conde!
Desde dentro del monasterio, un fraile, apresurado hacia la puerta, mira por la mirilla, abre. Lo apartan a un lado, entrando los soldados con un joven medio desnudo, las manos atadas ala espalda, de un tirón le arrancan los pocos harapos, se ven las marcas por todo el cuerpo, golpes, moratones, otras largas y
finas, como de un látigo o alguna vara, abiertas las heridas, banquete de las moscas.
Piden que se de comida a los soldados y a los caballos, llevándolos a los establos. También que se llame al fraile herrero para que haga un collar de hierro, unas esposas y una tobilleras con cadenas para el preso.
Se le ocurrió pedir un poco de agua, llevándose una patada en la boca, ésta quedó sangrando. El que comandaba los soldados, tenía ganas de divertirse, lo mandó atar, arrodillado, los brazos
bien atados a las columnas.
Lo mira con desprecio y burla, le escupe en toda la cara, actoseguido, una buena patada en la entre pierna.
Manda sacar agua del pozo, bebe del cubo y la que sobra se la va tirando poco a poco encima de la cabeza, al intentar beber de lo que le echaba, con la mano le tapa la nariz y la boca, intentando retorcerse para liberarse de esa mano y poder respirar un poco, al ver como se retorcía, se divirtió un poco más sin dejarlo respirar, si bien le dejaba tomar alguna minúscula bocanada.
Ahí lo dejaron toda la noche, mientras la escarcha se iba colocando sobre las plantas y la piel del joven, desde lejos se le escuchaba el tiritar de los dientes, sus lloros, todo para divertimento de los que le vigilaban.
Al amanecer, el herrero ya tenía hecho el collar, las esposas y las tobilleras, en las primeras luces, se las fue colocando, remachando bien los cierres, en ellos había colocado una cadena gruesa, la del cuello sujetaba las manos por la espalda, la de los pies tenía una separación de unos 50 cm para que
pudiera andar, pero le ataba también con otra cadena a las manos. Así cuando con las manos tiraba hacia abajo, el collar le hacía levantar la cabeza, y si lo hacía hacia arriba, tiraba de los tobillos.
Después de darle unos buenos tirones en todas las cadenas, llagando los tobillos, el cuello y las muñecas, ni se molestaron en vestirlo, lo llevaron hasta la carreta, lo tiraron como un saco de patatas.
Mientras, dos soldados le vigilaban, de paso, también se divertían torturándolo y humillándolo Seguía escuchando el maullido de los gatos en celo, abrí los ojos, con las primeras luces volví a ver las ruinas que había dejado al acurrucarme en el rincón, respiré tranquilo, pero me quedó la duda sobre lo que vi, era tan real que no parecía un sueño.
Me levanté, al intentar agarrarme a una de las tablas para levantarme, me di cuenta de que no estaban donde las había dejado, ni tan siquiera la que había lanzado a los ratones, o lo que fuesen que me miraban anoche.
Me acerqué al portal, bueno, lo que quedaba, ahí estaban las tablas, todas. Salí fuera, las piedras estaban marcadas por las llantas de las ruedas de las carretas y por los cascos de los caballos, curiosamente, no recuerdo que al haber subido a ese convento haber visto marca alguna.
Volví hacia a dentro del convento, en el suelo, unas telas, como de saco, de esas ásperas, rotas, llenas de sangre, parecía las que llevaba el joven cuando entró y estaban justo ahí donde se las arrancaron.
En el patio, curiosamente, no las había visto antes, dos cuerdas que seguían atadas a dos columnas.
Busqué por donde pensaba que podían estar los establos, entre los escombros vi los pesebres, miré dentro, había paja fresca y algún resto de grano, imposible que un caballo pudiese comer entre tantos escombros, se rompería las patas antes de llegar a los pesebres.
Al lado vi una fragua, delante de ella un yunque, sin polvo alguno, como si lo hubiesen recién usado, aparté un poco del carbón de la fragua, debajo estaba todavía caliente.
Mi cuerpo estaba peleando entre salir corriendo de ahí dentro, tenía toda la piel erizada y el frío de la escarcha todavía no desaparecía con el tímido sol que intentaba abrirse camino hacia el día, me tenía temblando.
Necesitaba un buen café y desayunar algo, bajar al pueblo e intentar asimilar lo pasado esta noche.
Había subido la noche anterior, necesitaba encontrarme solo, conmigo mismo, mis pensamientos, olvidar esos momentos de mierda que a veces se instalan en nuestras cabezas. A veces, la soledad y las estrellas ayudan a reflexionar, la intención era estar un rato ahí arriba, en el monte, que encima tiene los restos de ese convento. Como a todos los niños, aunque ya tan niño no era, me encantaba perderme entre las ruinas, siempre había algo nuevo que descubrir. Otras veces había subido de noche, pero era en verano y se estaba mejor fuera de las ruinas, la vista de las estrellas es preciosa, ahí no llega la contaminación lumínica, es todo un regalo para los sentidos, sobre todo los días claros, sin luna, los días de luna llena también tienen su encanto, es más brillante, más guapa que vista desde la cuidad.
Mientras bajaba por el camino, seguían las marcas sobre las piedras, las ramas de las orillas rotas, pisoteadas, cuando subí no estaban así, las ramas invadían casi todo el camino, tenías que sortearlas para que no se engancharan con la ropa o te arañaren la piel. Todo me parecía cada vez más extraño.
Ya se vislumbraba el pueblo, mi estómago rugía, mi nariz quería a oler a café, pero todavía no alcanzaba a percibirlo.
La gente corriendo de un lado hacia otro, a veces parecía que mno tenían ni idea hacia adonde iban, todos con cara de dormidos, cabreados, ni tan siquiera una minúscula sonrisa se vislumbraba ni por error. Ahora ya no eran mis demonios los que me asaltaban, sino los males de una sociedad que sólo
anhela dinero para ser feliz, pierde su salud para conseguirlo, lo que le queda se lo gasta en médicos, al final, toda una vida luchando, sin disfrutar de la vida, intentando acumular un dinero, cayendo en la trampa mortal que la misma sociedad te monta y te hace creer que cuanto más tengas más feliz serás,
hace que te endeudes al punto en que si vivieras siete veces no llegarías a pagar lo que te estás gastando. Basta ver ese espectáculo matutino, todo el mundo cabizbajo hacia sus trabajos, con prisas para no llegar a ninguna parte, las calles atascadas, cuando no es por un accidente, es por obras, o sino
por otro motivo sin clasificar. Trabajas deprisa, corriendo, luego te regañan porque algo has
hecho mal, pero te siguen achuchando para que sigas corriendo, un sin sentido, lo que cobras no te basta ni para pagar el alquiler, lo de comer... Mejor en eso no pensamos, ya no alcanza.
La televisión te inculca que tienes que comprar y comprar, no importa si te hace falta, la imposición dice que “sí te hace falta para ser feliz”, y tú, te miras al espejo y te asemejas a un hámster en la rueda dando vueltas y vueltas sin ir a ningún lado, con la diferencia, el hámster tiene la comida asegurada, tú
tienes que trabajar como un condenado para su comida y para la tuya. Y para hacerlo más real, que lo es, te venden que tienes que estar en forma, tienes que ir al gimnasio, entras y sí te ves como esa rata, si bien no dando vueltas, en una cinta que si da vueltas donde tu caminas y caminas sin llegar a ninguna parte, y, por si fuera poco, luego toca bicicleta estática donde haces kilómetros y más kilómetros para, tampoco, llegar a ninguna parte. Curiosamente, esos michelines cada vez se parecen a el muñequito que llevaban de mascota sobre las cabinas de los camiones haciendo publicidad de la marca de neumáticos.
Por fin se divisa una cafetería donde desayunar un buen café y algo sólido que lo acompañe. Pido un café con leche, unas tostadas con tomate, el periódico, tengo que mirar la sección de empleo para ver si hay algún anuncio que me resulte interesante. Paso las hojas, sólo peleas entre políticos, si fueran cuerpo a cuerpo estaríamos como en el Coliseo Romano, viendo a los gladiadores como se descuartizaban sobre la arena, ahora se descuartizan verbalmente, no por su trabajo político, que también, sino intentando humillar al contrincante, mucha verborrea, sin clase alguna y contradiciéndose día a día, todo para conservar su sillón y si se puede arrebatarlo al otro, pero sin aportar nada
interesante ni nuevo. Unos que quieren mantener los estatus de los explotadores, el capital de las grandes empresas, los bancos sin dejar que se cambie el estatus de los esclavos, perdón, debería decir trabajadores. No pueden soportar que alguien pueda tener un empleo digno y que le basta para llegar al final de más con una vida, digamos, digna, aunque no tenga grandes lujos. Los otros, otra gran mayoría, lo mismo que los anteriores, pero con la diferencia de que si quieren el sillón tienen que hacer un poco de caso a los que dicen que hay que mejorar la vida a los trabajadores y a las pequeñas y medianas
empresas, por lo menos hacen un poco de paripé, meneando la perdiz para dejarlo todo casi igual.
Luego las páginas de deportes montando el circo diario para evitar que la gente piense en lo importante y en la realidad que se está viviendo.
En las páginas de empleo, prácticamente nada de nada, quieren un especialista en todo pagándote una miseria y unas condiciones de trabajo cada día peores. En lugar de avanzar, retrocedemos a la Edad Media, por lo menos.
Ya, con más fuerzas, un poco más despierto, tras el café y las tostadas, en vista que no hay nada mucho mejor que hacer, salvo gastar y gastar dinero, he decidido, ir a descansar un poco y repetir la noche en el monasterio, esta vez algo más preparado, más ropa de abrigo, incluso algo para comer y beber durante la noche. Según la previsión del tiempo, va a estar despejado, por lo menos un buen espectáculo de estrellas está asegurado. Lo demás, ni quiero pensarlo, sólo de eso ya se me eriza a piel, pero hay que vencer el miedo, si ha sido sólo un sueño que ha dejado pruebas misteriosas o alguna visión fuera de lo normal de algún suceso anterior, vete a saber de qué año.
Hay un poco más de media hora andando hasta la cima, así que un poco antes del atardecer emprenderé otra vez el ascenso. Mientras voy buscando algo de ropa de abrigo, una linterna y algo para poder comer y beber. Ya más descansado, va siendo hora de que vuelva a subir al monasterio, a ver como se presenta la noche, en la calle sigue la gente con sus idas y venidas, sus prisas para no ir a ninguna parte, hasta que por fin salgo de la ciudad, tomando el camino que sube a las ruinas, tal como voy avanzando se ven todavía los restos de la maleza destrozada, las rozaduras frescas sobre las piedras, tal como lo había dejado por la mañana.
La tarde estaba serena, el sol intentando encontrar el camino para su puesta, detrás de las montañas, un atardecer precioso, con todos esos colores anaranjados y sus extrañas formas al mezclarse y teñir las pocas nubes de ese naranja especial, tirando a rojo, paré un momento, los atardeceres siempre son
un gran espectáculo, una mezcla entre la nostalgia de perder el día y la incertidumbre que nos da la oscuridad, miedos inculcados desde pequeños, el hombre del saco, gente violenta, asaltantes, en cada sitio su monstruo preferido, para infundir ese miedo irracional, quizás deberíamos pensar en como
invertir eso y en lugar de inculcarnos el miedo nos tendrían que inculcar el saber enfrentar las dificultades en esa oscuridad.
En fin, son sólo pensamientos y se quedan ahí, luego luego , poco hago para hacerlo realidad, además, todo el universo se pone en contra de que cambies las costumbres ancestrales, aunque sea para mejor o probar algo nuevo.
Luego nos quejamos de como los elementos de poder nos mantienen en el miedo, así, sometidos, sumisos y creyéndonos todas sus mentiras y patrañas y al que se rebele la vida se le amarga hasta que desaparece o abandona esas ideas “raras”.
Llego a las ruinas, todo sigue como lo había dejado, adecué un poco el mismo rincón, esta vez ya con más abrigo para afrontar la noche, volver a disfrutar del espectáculo de las estrellas, prometía ser bueno también, como tantas otras noches. Me senté en el suelo, mejor dicho, sobre la esterilla que había traído, saqué algo de la mochila para comer, unas galletas, algo de fiambre y la botella de agua que casi siempre llevo cuando salgo de casa.
Mientras estaba cenando, un frío intenso, húmedo, se calaba en mlos huesos, de repente, salida de la nada una espesa niebla, en pocos segundos ya no se distinguían ni los muros, ni tan siquiera los restos del techo que había por los suelos, no era momento para volver, podría ser peligroso y perderme dentro
del bosque, mejor esperar a que se vaya.
Me abrigué bien, disponiéndome a pasar la noche en ese rincón, olvidé las estrellas, no se veía nada de nada, seguramente me dormí pronto, sólo recuerdo que me acurruqué y tapé lo más posible, la humedad hace que el frío sea mucho más intenso...
Una potente luz me está cegando, viene de arriba, el ruido parecía de un helicóptero, unas personas uniformadas, con linternas y pistolas, una voz que me ordena levantarme, no les veo las caras, sólo sombras detrás de las linternas.
Intento levantarme, sin darme ni cuenta, me agarran de cada brazo y me levantan en volandas, me esposan las manos a la espalda, me llevan a un claro que hay cerca de las murallas, veo descender el helicóptero, me meten dentro sin miramientos, me dejan en el suelo tirado sobre el frío metal.
Noto como nos vamos elevando, nadie da explicaciones, como mucho con las botas comprueban cada dos por tres que siga ahí tirado. Nadie habla, ni tan siquiera entre ellos. Llevamos ya bastante tiempo volando, para mí una eternidad, mil pensamientos, todo incierto.
Aterrizamos, dónde, ni idea, seguía la espesa niebla, una voz ¡Abajo! Y un tirón fuerte, agarrado por los dos brazos, los pies casi arrastrando, no me daba tiempo a seguir sus pasos, una puerta metálica, un portazo, un pasillo oscuro, tenues luces que intentan iluminarlo, lo justo par ano tropezar con los
obstáculos.
Una sala, también en penumbra, una mesa, dos sillas, me sientan en una de ellas, sigo con las manos esposadas a la espalda. Me dejan solo, un silencio atroz, sólo escucho mi respirar, los latidos de mi corazón, cada vez latiendo más fuerte, una vocecita en la cabeza diciéndome, tranquilo, calma, pero mi
mente ni puñetero caso le hacía, de cada momento más ideas y pensamientos extraños, vueltas y vueltas para intentar adivinar lo que estaba pasando, cuanto más tiempo pasaba, más desesperado.
No entendía nada, no había hecho nada, sólo había subido a ver las estrellas, que con la niebla, ni eso llegue a ver.
Desesperado, salió de mi boca un grito ¡Qué coños pasa, no entiendo nada! Retumbó en las paredes, como el eco retumbaba en mi cabeza, era como una pelota de esas que tanto botan al lanzarlas, daba en la pared, volvía a la cabeza y así repetidamente, no paraba. Mientras, en la sala, después de mi grito, silencio, nada de nada, sólo el pasar de un tiempo eterno, nadie entraba, nadie decía nada.
A mi desesperación, las ganas de orinar que me estaban entrando, no había baño, sólo podía hacerlo ahí dentro, quería aguantar, estaba temblando, quizás de frío, de miedo, todo junto... Acabé orinándome encima, seguía con las manos en la espalda esposadas, es como si quisieran aumentar mi humillación viendo como lo hacía...
Tras una eternidad, se abre la puerta metálica, entre alguien uniformado, cara tapada con un pasa montañas, todo de negro, lo poco que se vislumbraba.
Se sentó en la otra silla, encendió la lámpara enfocándola a mi cara, sólo veía la luz, nada más, estaba prácticamente cegado.
Él, seguía en silencio, intimidatorio, como haciendo que me desesperare, lo hacía, le estaba saliendo bien.
¿Por qué lo has hecho? Me pregunta, en todo suave. Se vuelve a quedar en silencio.
Ahora me cabeza dándole vueltas, a que se refiere, que quiere que le responda...
¿Qué he hecho el qué? Yo no he hecho nada, que yo sepa.
No hay respuesta, sigue en silencio, minutos interminables esperando una respuesta que no llega.
Se levanta, despacio, sin prisa, empieza a dar vueltas por toda la habitación rodeándome una y otra vez.
Es como si quisiera ponerme todavía más nervioso, y le funciona, no voy a negarlo.
Sigue dando vueltas, sin acercarse, he perdido la noción del tiempo, ya no sé si es de día, de noche, ni qué hora es, simplemente ya no existe eso que llamamos tiempo, lo que hay es el miedo que ya llevo en el cuerpo, sus pasos retumban en mi cerebro.
Se sienta de nuevo, como antes, callado, ni una palabra, no le veo la cara, pero siento que me mira, observa el más mínimo movimiento de mi cuerpo, mi rostro, mi respiración.
Se levanta, se acerca, me agarra del pecho, me levanta de la silla, me chilla preguntándome otra vez ¿Por qué lo has hecho?
Pregunto de nuevo, desesperado, ¿El qué?
Me suelta otra vez sobre la silla, ve el charco que había dejado, se le nota una sonrisa de oreja a oreja.
Sigue en silencio.
Empieza a dar vueltas lentamente por la habitación, vuelven a retumbar sus pasos en mi cerebro.
Se acerca a la puerta, abre, cierra sin dar portazo, se va.
Otra vez ahí solo, esperando el no sé qué.
Toda espera desespera, yo cada vez más desesperado y cada vez entendiendo menos todo lo que estaba pasando. Mi mente dándole vueltas a la pregunta, ¿Por qué lo has hecho? Sigue dando saltos ¿El qué?, una y otra vez. Es como si quisieran volverme loco, ya poco les falta. Y aunque una vocecita me dice, ¡Aguanta!, mi cabeza está a punto de estallar, lo peor, sin saber el porqué.
Los brazos y las manos, doloridas por el tiempo que llevo ,esposado con ellas a la espalda, poco a poco más insensibles a las órdenes de mi cerebro, los rugidos de mi estómago como los de una manada de ñus hambrienta en plena sabana, mi garganta reseca, al pasar la saliva por ella más se parece a una piel de lija que araña todo lo que se le acerca. Al cabo de un buen rato, se abre la puerta de nuevo, ponen dos platos de plástico sobre la mesa, uno con algo espeso, no identificado y otro que parecía agua, no me dio tiempo a verlo, volvió a salir y se apagaron todas las luces.
Me levanté de la silla, buscando con la nariz los platos, sobre todo el del agua, mi garganta me lo pedía a gritos, no me veía, pero parecía un perro bebiendo, absorbiendo el agua que ahí había. Ya un poco más tranquilo, busqué el plato de la comida, estaba fría, era un puré insípido, imposible distinguir de que estaba hecho, también, como un perro, con el hocico metido dentro la comida, por llamarle algo.
Ahora, con la cara llena de comida, relamiéndome los labios y todo lo que alcanzaba la lengua, más bien poco, para ser más exactos.
Al rato, no sé qué habría en la comida o el agua, me encontré agotado, sin fuerzas, buscaba la silla con una de las piernas, no la encontraba, me apoyaba en la mesa con el pecho, no encontraba más apoyo, hasta que caí al suelo...
No sé el tiempo que pasó, sigo sin saber si es de día, de noche, ni la hora, sigue todo oscuro, pero noto las manos delante, sin bien seguían las esposas puestas, busqué la mesa o la silla para apoyarme, ahora ya tenía las manos, si bien limitadas, pero ya era algo de apoyo, encontré la pata de la mesa me agarro a ella para poder levantarme. Tanteando, busco la silla para sentarme, por lo menos que no se note tanto la humedad del suelo, creo que caí en mi propio orín, por lo menos a ello apestaba. Busqué sobre la mesa tanteando con las dos manos, no encontré nada, ni la lámpara, ni los platos.
Vuelta a empezar, la espera, de nuevo, se hacía interminable, silencio, oscuridad, la cabeza peleando entre el no pensar en nada y el pensar en todo, lo pasado, el posible futuro o desenlace, un sin fin de cosas que mejor se mantuvieran en silencio y quietecitas. Pero nada, seguían mis quimeras revolviendo todo, sobre todo, ¿Qué quieren de mí? ¿Qué es lo que dicen que he hecho? ¿Por qué yo? ¿Por qué tanta espera? Etc.
Se enciende la lucecita, se abra la puerta, entra otra vez ese hombre, sigo sin verle la cara, todo de negro, como siempre, ha traído su silla, que no estaba, se sienta, coloca la lámpara, la enchufa con calma, no la había visto al entrar, la enciende y la enfoca otra vez a mi cara, cegándome de nuevo.
Empieza: Esta vez ya con el tono más alto. ¿Por qué lo hiciste, porqué lo mataste?
Pero si yo no hice nada, no sé de qué me habla, ahora me pregunta por qué lo maté. ¿A quién, cuándo, dónde? Noentiendo nada de nada.
Se toma su calma en contestar, otra vez silencio, espera. Al cabo de un interminable rato se levanta, empieza a dar vueltas por la estancia, alrededor de la mesa, por detrás mía, quedándose a veces parado justo detrás, sólo escuchaba su respirar pausado, seguía dando vueltas.
Yo ya ni le seguía con la mirada, esperaba que pasara por delante la mesa para verlo, la desesperación me superaba, el miedo hasta me paralizaba, hasta el punto en que tiras la toalla, consigues pensar lo menos posible, aunque sin perder la guardia por lo que pudiera pasar. Ahora me cerebro simplemente estaba en estado de alarma, pero apenas pensaba.
La impotencia hacía que esperara, sin más, pocas alternativas me quedaban.
Al cabo de un rato, por fin, empezó a hablar algo, empezó diciendo: Lo pateaste por todo el cuerpo, le pusiste un collar de hierro, tobilleras y muñequeras de hierro, todo unido con cadenas, completamente desnudo, lo encontramos asfixiado justo detrás de las ruinas, las huellas encontradas son las de tus
deportivas y en el hierro sólo estaban las tuyas y las suyas.
Aquí me reventó la mente, ¿Cómo podía yo haber hecho esto, se estaba acurrucado en un rincón y muerto de miedo, además, pensaba haberlo soñado? De todo lo demás que cuenta, sigo sin entender nada, yo no he estrangulado a nadie, simplemente pasé la noche ahí.
Tal como lo pensaba, se lo contaba. Otra vez se quedó en silencio. Se levanta dándole una patada a la silla, lanzándola al otro lado de la habitación se acerca a mí, me agarra del cuello, me levanta, me lleva a la pared elevándome hasta que no tocaba el suelo, casi no podía respirar.
Me dice, cada vez apretando un poco más el cuello, “era uno de los nuestro, lo mataste, que te hizo para llegar a este punto, él estaba bien formado, era fuerte, ágil, pero tú le segaste la vida”.
Ahora, con la respiración entrecortada, alcancé a decir, “te lo cuento, pero suelta mi cuello”.
Siguió apretándome contra la pared, esta vez bajándome un poco y aflojando para que pudiera respirar un poco, me lleva a la silla, deja que me siente. Intento recuperar un poco de aire, todavía me cuesta llenar los pulmones, sobre todo cuando al pasar por la garganta parece que me está quemando el aire que respiro.
Apagó la luz, salió de la habitación, al rato, esta vez poco, vino con un vaso de agua, me lo ofreció, ordenándome, con voz imperativa ¡Bebe!
Le conté todo el sueño, tal como yo lo recordaba, con pelos y señales, no sé si se lo creía o no, no articulaba palabra alguna, no gesticulaba, su cara, lo que se veía en la penumbra, tras su pasa montañas, es decir, sus ojos, ni parpadeaban, tras ese pasamontañas no se movía nada, ni un músculo se le notaba.
Cuando acabé, sin decirme nada de nada, salió de nuevo de la habitación, pocos minutos más tarde, apareció con otro vaso de magua, otra vez me ordenó ¡Bebe! No me lo pensé mucho, estaba seco después de contarlo todo lo que sabía.
Ahora empezaba a notar como me invadía todo el cansancio, los ojos se estaban volviendo pesados, se cerraban los párpados, noté como la silla desaparecía de debajo mis nalgas, ya no me ofrecían apoyo alguno...
Me despertó un sonido metálico, algo había caído cerca de mí, estaba oscuro, no veía lo que era. El sonido lejano, como de un helicóptero que se aleja, se escuchaba en el aire. Miré al cielo, se veía el firmamento, precioso, como cada vez que ahí subía.
Noté que estaba sentado sobre algo húmedo, tanteé con las manos los que era, curiosamente, me dolían las muñecas, pero ya no llevaba las esposas, ahí volvió a darme un vuelco mi cabeza, mi mente, otra vez tampoco entendía nada, seguí palpando, los pantalones mojados, un charco debajo de ellos, palpo por los lados, encuentro la mochila, me acordé que llevaba una linterna dentro, la busqué, ahí estaba, la encendí, sorpresa para mí, seguía en las ruinas, en el mismo lugar, sin moverme, busque alrededor, recordaba el sonido metálico que me había despertado.
Se me volvió a erizar la piel, me invadió otra vez el miedo, me puse a temblar, no sé si de frío o por lo que acababa de ver. En el suelo, más o menos a medio metro de donde estaba, un collar de hierro, con un trozo de cadena, como el que vi que le pusieron al joven.
Quería cogerlo y verlo de cerca, tocarlo con las manos, pero algo me lo impedía, se me cayó la linterna al suelo, mis brazos, manos, piernas, no respondían, por mucho que mi cerebro les dijera, “agarra eso y míralo de cerca”.
Me despertó el sol en el rostro, si bien se agradecía el poco calor que desprendía después de la fría noche. Miré al suelo, ahí seguía el collar de hierro, lo miré, me dije, ¡Déjalo!
Recordé que me quedaba algo de las galletas y el fiambre en la mochila, y sí, estaba ahí, comí un poco mientras veía lo que quedaba del amanecer.
Seguí sin entender nada de todo lo pasado, fui a ver ese claro de al lado del monasterio a ver si podía aterrizar algún helicóptero. Salí de las ruinas, muchas pisadas de botas militares, decidí seguir las huellas, me llevaron a un claro, ahí en el centro, se acababan las huellas, miré por los alrededores,
no se veía nada más.
Pensé que podía haber sido una pesadilla, pero... ¿De dónde salió el collar, de dónde, de quienes todas esas pisadas, quienes eran, si es que eran...?
Preguntas y más preguntas, todas sin respuesta. Pensé si es que me estaba volviendo loco, algún tipo de locura que no conozco, alguna enfermedad de mi mente.
¿O era acaso alguno de esos sucesos paranormales que a veces uno lee o escucha hablar...?
Volví a las ruinas para recoger la mochila, ahí seguía ese collar, esa cadena enganchada, Otra vez la duda, lo dejo ahí o me lo ,llevo como recuerdo, estuve un rato, indeciso. Mi mente tampoco estaba para pensar mucho.
El sol empezaba a calentar, cosa que agradecía, pues, ya no sé si por lo pasado, el miedo, el frío o todo junto, estaba tiritando. Empecé a agacharme, mi mente me decía, déjalo, no lo recojas, no lo toques, por otro lado, otra vocecilla, agárralo, llévatelo, no lo dejes ahí, puede ser muy antiguo, lo puedes tener de
recuerdo o venderlo, aunque sea por el peso, algo te van a dar...
Acabó en la mochila, decidí que era hora de bajar de ahí, tomar un descanso de las subidas a ese lugar, mi cabeza no estaba para tantas pesadillas, o lo que fuera, todo era demasiado extraño y mi mente no era capaz de asimilarlo.
Necesitaba moverme, aunque fuera para calentarme, el sol ya no me bastaba. En las piedras del camino, seguían las marcas de las ruedas metálicas, las ramas por los suelos, como la tarde anterior, se veía la ciudad ya más cerca. Era hora de llegar a casa.
Me adentré en las calles de la ciudad, seguía caminando deprisa, necesitaba llegar, preparar la cafetera, tomar un buen mcafé y descansar, seguía agotado.
Tenía la sensación de que me estaban siguiendo... Pensé, “qué absurdo” “quien me va a seguir y para qué”.
De vez en cuando miraba hacia atrás, no veía a a nadie, pero esa sensación no me la quitaba de encima. Cambiaba de calle, sin ver a nadie, me imaginaba algunas sombras, mi parte consciente me decía no hay nadie, son tonterías tuyas. Mi inconsciente, que sí que te siguen.
De pronto, me agarran de los brazos, me aprisionan contra la pared, me esposan las manos a la espalda, de dos patadas me abran las piernas.
Empiezan a registrarme, primero todo el cuerpo, luego la mochila.
Yo preguntándome. ¿Qué buscan ahora? Lo anterior pensaba que era un sueño, una pesadilla, pero... Ahora estoy despierto,he bajado del convento... Quienes son esa gente, que siguebuscando en mi mochila.
La primera pregunta pronto tuvo respuesta: ¡Somos de la
policía secreta! Me enseñaron una placa, ponía policía, de todo lo demás que ahí hubiera no me acuerdo de nada.
El compañero exclama ¡Ahí lo tenemos, lleva el collar!
Me quedé frío, otra vez el collar en escena, mientras mi cabeza intentaba descifrar algo, una sirena, luces azules destellantes, dos policías de uniforme bajan rápido, abren la puerta trasera del coche, me meten dentro, se cierra la puerta.
Entramos en un aparcamiento subterráneo, ya sin sirenas. Se para el coche, se abre la puerta, me sacan como pueden, me empujan contra el coche, me quitan las esposas de una mano, me sacan la mochila, me colocan de nuevo las esposas.
Abren una puerta metálica, se cierra con un portazo, pasillos interminables, ascensor, no sé si hacia arriba o abajo, se abren las puertas, más pasillos interminables.
Otra puerta metálica, la abren, me meten dentro, se cierra, todo oscuro, otra vez mi cabeza dando vuelta, preguntas sin respuesta...