Harto, ya, el papel secante de tanto y tanto tener que arreglar los desaguisados de la tinta esparcida por el plumín medio abierto, como si tuviera dos patas, de las burlas del majo tintero de cristal, siempre brillando e impoluto, decidió tomar su venganza, se puso un papel encima, disimulado con manchas de tinta absorbidas, pero que en lugar de secar lo que hacía era chafar el exceso de tinta, dejando de esa forma las letras muy anchas e ilegibles, Pronto vio una mano acercándose, Lo lanzó...
Allá, en la pared medio desconchada por el yeso humedecido por el tiempo y la humedad que subía del suelo como si estuviera lloviendo de forma invertida, como invertido quedó el papel secante después de dejar una gran mancha de tinta en lo que quedaba en de la pared, cayó al suelo, con la panza hacia arriba, pero no era como los gatos, tal como cayó, se quedó. Otra vez vio esa mano que lo agarraba, quería chilla y explicarlo todo, pero, del papel, no le salieron las palabras, atragantadas con los restos de tinta que se habían pegado en sus cuerdas vocales.
Pero no, sólo fue miedo, esta vez fue agarrado con cariño, lo miró fijamente, el dueño de la mano se puso a reír, culpando a los críos que a veces jugaban con él. Le cambió el papel, lo dejó de nuevo al lado de la pluma y el tintero, agarró una hoja en blanco y empezó a escribir de nuevo...
Toni Oliver

