Me abracé a un árbol
Me abracé a un árbol, me apetecía. Era grande, frondoso, un tronco de una circunferencia que me venía justo alcanzar a tocarme los dedos cuando lo abrazaba. Pegué mi cuerpo a su tronco, mi cara rozando su corteza áspera. De momento no sentía nada, pero con el pasar de los minutos, empecé a sentir como su savia recorría todo ese tronco, cuasi silente, salvo un ligero zumbido, como el de un afluente, corriendo por sus venas.
Pasó un indefinido tiempo, me sentí parte de esa savia, recorriendo todas las ramas, sus hojas, hasta sus raíces, bien hundidas en la tierra. Me uní al micelio de esas profundidades, fundiéndome en esa gran masa de minúsculas raíces, hasta llegar al centro de la tierra. Unas puertas, grandes, infinitas, rojas, encendidas con sus llamas permanentes, no me infundían miedo, todo lo contrario, una infinita curiosidad por lo que habías tras ellas. Las empujé, se abrieron suavemente, no me quemé, no quemaban.
Encontré un gran espacio, lleno de libros conteniendo la sabiduría del universo, cuanto más por ahí me paseaba más sabiduría acumulaba, una sensación maravillosa, en nada se parecía a todo lo que en la superficie me habían enseñado, me di cuenta de la gran mentira en que vivíamos, todo era un engaño.
Seguí paseando y acumulando sabiduría, hasta llegar a otra puerta, también grande, no tenía llamas, estaba cálida. La abrí, un enorme mar, rodeado de montañas y playas aparecía ante mi vista, atravesé el umbral, adentrándome entres esas playas, arena fina, rodeada por un lado de montañas con frondosa vegetación, al otro lado, el mar en calma, sus olas entrando de forma placentera y calma, susurrando a la fina arena sus secretos al tiempo que se acariciaban.
Me adentré en esas calmas aguas, templadas, agradables. Nadé hasta que la costa apenas se veía, me tumbé boca arriba, flotando. Mientras descansaba, noté unas manos que me acariciaban, no quería abrir los ojos, era una muy agradable sensación, pero extraña, me acordé que estaba en medio del mar, eso no era normal, abrí los ojos encontrándome con los suyos, acules, brillantes, hipnotizantes. Deslumbrado no alcancé a ver su cara, ni su cuerpo. Intenté con mis manos devolverle las caricias, se deslizó entre ellas, dándome vueltas alrededor, nadaba como si un pez fuera, pero con una enorme cabellera, a veces rubia, otras morena, peliroja, pensé que me estaba volviendo loco, no entendía nada.
Me cogió la mano, me arrastro hasta el fondo de las aguas, algo raro de nuevo pasaba, podía respirar bajo el agua. Me di cuenta de que era una sirena, cuerpo de pez, con sus escamas, por cierto, bajo los rayos de ese extraño sol, brillaban.
Me enamoré de esa sirena, sin nombre, mis palabras bajo el agua no sonaban, ella me hablaba con su mirada, me hipnotizaba.
Desperté con los rayos de sol que entraban por la ventana. Palpaba la cama por si ahí ella estaba, Nada, no había nadie ni nada, sólo las sábanas, como cada mañana.
Por las noches aparecía en sueños, me susurraba toda esa sabiduría que había en el infierno, recordándome todo lo que se me olvidó al despertar por la mañana. En mi mente pensaba, “lo tengo todo, pero sin ella no tengo nada”...
Toni Oliver