El banco
Cansado, los pies llevaban mucho tiempo caminando sobre las blandas arenas del desierto. El sudor ya estaba agotando las reservas líquidas de mi cuerpo, el sol, siempre ardiente llegando las horas del medio día, la luz cegadora. Mi mente pensando, para un rato, descansa, que a este paso te quedas disecado bajo este sol.
Unas grandes rocas se vislumbraban, allá a lo lejos, quizás veinte minutos o treinta para llegar. Me cargué de ánimos para ver si conseguía alcanzarlas, pues parecía que algo de sombra hallaría, así poder descansar un rato.
Bajo una de las rocas, una pequeña cueva, mucho más de lo que esperaba para esa pausa que tanto me hacía falta. Por un momento pensé que tenía un espejismo o que mi mente me jugaba malas pasadas. Había un banco en forma de libro abierto, cosa extraña, mucho más en un desierto, las hojas estaban escritas, las palabras grabadas a cincel, un pequeño problema, no entendía ni una palabra.
Me despojé por un rato de las ropas, de sudor empapadas, para que se secaran y, de paso, refrescarme un poco con la ligera brisa, que al entrar en la cueva era algo más fresca que el aire que soplaba sobre el desierto. Este último era como cruzar entre las llamas.
Me acosté sobre el banco, curiosamente, estaba fresco, lo que ayudaba al descanso. Pronto el sueño me venció, los ojos se cerraron, entré en el mundo de Morfeo.
De repente, sin saber como, estaba leyendo el banco libro. Me transportó a otra cueva, en la entrada una gran piedra, con un simple toque se abría, al cruzar se cerraba, me recordó las puertas automáticas de los aeropuertos, pero en piedra. Una tenue luz alumbraba una larga escalera que bajaba hacia las entrañas de la tierra ,anchos escalones bien excavados en la misma roca.
A cada lado, se veían las estalactitas y estalagmitas, sus correspondientes goteos de agua, aportando música a la estancia. Al final de la escalera, una pequeña explanada y una puerta como la de la entrada que se deslizaba con un simple toque, sin apenas fuerza, al cruzarla, se encendió la luz, ya un poco más fuerte que la anterior, un perfume de papel añejo, como de libros antiguos, estanterías infinitas, cerradas con cristaleras, dentro, todas llenas de libros, pergaminos, montones de folios agrupados en cintas de varios colores, me imaginé estar soñando dentro de un sueño.
En el centro de todas estas estanterías, una pequeña sala en la que había unos bancos y sus correspondientes mesas, con atriles, la luz sobre ellos era un poco más intensa que en el resto del lugar.
Intento abrir la cristalera de una de las librerías, no llegué a tocar el cristal, éste se deslizo suavemente mostrando su contenido, curiosamente, entendía todos los títulos, no había confusión con los idiomas, al abrir el primero de ellos para ojearlo...
Un salto en el tiempo, me vi viviendo en medio de una selva, en una tribu, nos estábamos preparando para salir de caza, era hora de conseguir alimento, empezamos a caminar unas cuantas horas, pero ahí el tiempo no contaba, tenían todo el del universo. De pronto, nos paramos, todos silentes, no se nos escuchaba ni el aliento, en las manos, cada uno con una rudimentaria lanza, punta de piedra, nos dispusimos para el ataque, no distinguía el animal, pero era grande...
Nos esparcimos, pasos silenciosos, para atacarlo por todos los francos. A una señal, salimos corriendo hacia el animal, cuadrúpedo, sin cuernos. Se quedó quieto, como pensando, ataco o salgo corriendo, su instinto le dijo que corriera, lo hizo, todos nosotros corriendo desesperados tras él, para abatirlo y conseguir alimento para unos días, me di cuenta que íbamos desnudos, descalzos, al pasar por entre las zarzas, estas se deleitaban haciendo sus marcas en nuestros pies y piernas, alguna hasta nos cortaba la piel, Ya casi sin aliento, la velocidad del animal era más fuerte que la nuestra, seguimos en el intento, pero al poco le perdimos.
Medio desechos por el esfuerzo, sin haber conseguido el alimento que buscábamos, nos paramos un rato para recuperar las fuerzas...
Cerré el libro, abrí los ojos, seguía tumbado sobre el extraño banco, ahora sí, más descansado, afuera, el sol ya se estaba preparando para acostarse tras las arenas del horizonte, las arenas se iban enfriando.
Decidí seguir el viaje y guardar ese lugar en secreto, como guarida para el descanso, y... Quién sabe, si para volver a intentar recuperar el sueño donde lo había dejado.
Toni Oliver