Vi a una niña
Vi a una niña, con su león de peluche, caminar hacia la luna, en esa senda que brilla sobre el agua, se divisa plana, muy plana, sin baches, iluminada bajo las estrellas.
Cuanto más se alejaba, más se empequeñecía, la luna la miraba con ternura, sabía el porqué la niña quería alcanzarla.
Sabía que todas las noches la miraba por la ventana, se quedaba embobada, bajo su brillo, su luz, a escondidas, iba leyendo libros y más libros, sobre todo en las noches de luna llena, que era cuando mejor las letras se divisaban, entre la penumbra y tras los cristales cuando helaba.
Sabía también, que en su casa no se hablaba, sólo se chillaba y castigaba, sus papás no sabían hablar sin levantar la voz, cada día se echaban uno al otro todas las culpas del universo, habidas y por haber, casi siempre se llegaba a las manos, ella, la niña, se escondía bajo la cama, pues si aparecía mientras se peleaban, era ella la que recibía la furia de su ira.
Un día, acariciando su león de peluche, suave como la seda, algo sucio ya, no se atrevía a pedir que se lo lavaran, bueno, no se atrevía a pedir nada, le pidió a la luna que la adoptara.
Ahora, la luna en su apogeo, ella, la niña, caminando sobre las aguas del mar, siguiendo su estela hacia el horizonte, tiene que alcanzarla antes de que levante su vuelo hacia el cielo, para poder estar ahí con ella todo el tiempo y olvidarse de esa casa que es todo un desconcierto, su leoncito le acompaña, le da ánimos, un poco más y ya estarán llegando donde la luna brilla, ahí, escondida en sus entrañas, cerca de esos ojos oscuros lunares, misteriosos, enormes ojeras, sólo le faltan las lágrimas.
Le pregunta la niña a la luna. ¿Porqué tienes esas ojeras, estás triste? Desde abajo no se notaba.
Piensa un poco la luna, le dice, Estoy enamorada del sol, él también lo está de mi, pero, sin saber el porqué, a estar lejos nos condenaron, ahora sólo podemos vernos de lejos, un poco al alba y otro al anochecer muy pocos días al año, pero esos días, mientras uno sale y el otro se esconde, nos cruzamos las miradas, sin palabras, nos contamos nuestra vida y nos reafirmamos nuestro amor. Ya no me quedan lágrimas, fueron siglos muy duros, tanto, que las lágrimas se me acabaron, ahora sólo me quedan los ojos cansados, esas ojeras de tanto no dormir por la noche en una cama en condiciones, quizás te hayan contado que no se descansa igual si se duerme de día o de noche, pero entre el cansancio y la pena de nuestro castigo, así estoy.
Que brillo casi todas las noches, es mi trabajo, me maquillo, como si fuera el payaso, mostrando su alegría en el circo, en la función, pero tras las cortinas, brilla esa tristeza del desamor, o ese amor que se enamoró de su maquillaje, pero no de su interno dolor. Así estoy.
¡Sube, que nos elevamos hacia el cielo, hay que seguir trabajando!
Toni Oliver