El principio, que no sabía que lo era
El principio, que no sabía que lo era, de una historia, que ni en la imaginación tenía cabida, prejuicios a mansalva de historias inacabadas de gente que no siente, sólo habla de lo que no entiende ni tampoco pajotera idea tiene...
Érase un tiempo, fiestas raras, aprender algo nuevo, un raro local, gente más rara, que no mala, en ese mundo incierto.
Saludos extraños, desconocidos por todos lados, una copa en penumbra, un escenario. Un extraño olor a cáñamo, algunos dirán que a establo. En la escena, manojos de cuerdas, en las manos algunas de ellas, raras ligaduras, pero algo que no entiendo muy bien, dos personas, una ata, la otra atada, ambos disfrutan de esa hazaña, sienten cada paso, el roce con la piel, algo no me encaja, eso me suena las películas de japoneses donde atan a sus presas para que no se escapen, pero... No, nada de eso, aquí se disfruta de ese arte por ambos lados.
Así como quien no quiere la cosa, se piden voluntarios para probar eso de ser atado, ávida de experiencias nuevas, un mundo nuevo que me niego a no experimentarlo, casi sin darme cuenta me subo al escenario, los nervios a flor de piel, algo de miedo quizás, pero las ganas ganaron.
De pronto, tras unas palabras de calma, me siento con las manos atadas, y esas cuerdas que poco a poco me van sujetando por todos lados, el sentirlas sobre la piel, su roce, su olor a establo, el cuerpo casi temblando, todo mi cuerpo se remueve, no la piel que me envuelve, sino mis adentros, en un momento dejo la lucha, me dejo llevar por los hechos, mi mente empieza a viajar en un vuelo a un mundo ignoto, tan nuevo que abandoné hasta el miedo.
Noche de contradicciones, mente revuelta, pero el rostro brilla, en los labios una gran sonrisa, los ojos brillantes como los diamantes al tocarles el rayo.
Pasa el tiempo, algún que otro escarceo, esas cuerdas que cada día corroen el cerebro, hasta que un día, como otro cualquiera, aparecen unas manos que al rozar con esas cuerdas, vibra la piel, el cerebro y todos los adentros. Conocidos y hasta aquellos que no sabía que los llevaba dentro.
Se fueron acelerando esas sesiones, cada día más sensaciones, en cada una de ellas sacando hasta mis entrañas, convertidas en sentires desconocidos que van aflorando desde la nada porque no sabía que conmigo no estaban.
Y el resto, como una caída desde una alta cascada, una vez abajo, la calma...
Toni Oliver
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