Entré en la librería
Entré en la librería, conocía al librero, tantas tardes que pasaba ahí, ya, son sólo un gesto, le decía que me iba a ver los libros. Angostos los pasillos, no te podías dar la vuelta, pequeña era, no lo niego, pero lo que se encontraba en las estanterías era todo un lujo, libros de todas clases, cada uno con una historia diferente, los ojeaba por encima, leía trozos de ellos, cuanto me hubiera gustado encontrar una buena silla o una butaca para ir leiéndolos y dejarlos de nuevo en la estantería, el presupuesto era escaso, pero las ganas de leer muchas. Claro que preferiría tenerlos todos en mis estanterías, pero había que ser selectivos, lo del a butaca en un local tan pequeño, impensable, se comía la mitad de los metros cuadrados que tenía.
Ya no quedan librerías así, abres un libro y encima ya tienes el vendedor encima, casi no quieren que los toques, sólo que lo compres, la mayoría vienen precintados... Se acabaron esos tiempos, salvo algún resquicio en algún pueblo medio abandonado, como los de ahora, ya apenas les quedan habitantes. La gran mayoría va para la Capital, luego, con el tiempo, se acuerdan del paraíso que dejaron, quieren volver, pero ya han probado la sociedad salvaje de consumo, un gran dilema, quedarse en la gran farsa que te vende “Felicidad” a cambio de nada pero pagando con muchas horas de tu tiempo y esfuerzo, que luego se tira todo a la basura por aburrimiento, falta de espacio o simplemente porque ha salido uno igual, pero más nuevo, o volver a la dura vida del campo, la escasez de todo lo que “da” la ciudad, o cambiar de filosofía, una vez que has reconocido la falsedad de lo que te vende esa gran ciudad a cambio de vivir en una celda de la gran colmena, o vivir en una casa de piedra, paredes gruesas donde en invierno enciendes la chimenea y se caldea, o esa colmena que sólo te pide que gastes, gastes, gastes, sin ver la naturaleza.
Piensen y decidan, me quedo en la pequeña librería.
Toni Oliver
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