sábado, 30 de noviembre de 2024

Busco en ese camino incierto

Busco en ese camino incierto

Busco en ese camino incierto
el que lleva a mi corazón
palabras de amor que no encuentro
las que veo, en desuso las hallo.

Lo que veo
palabras caducas llenas de moho
consumidas por el inexistente tiempo
a la espera de un amor correspondido.

De buscar ya he dejado
palabras ya no son 
sino un silente diálogo
sin mentiras de adorno.

Las miradas no se están usando
cortas en el tiempo
les hemos pillado miedo
no vayamos a ser descubiertos.

No nos acordamos
que mil corazas y máscaras llevamos
no nos conocemos ni nosotros mismos
nos hemos convertido en el propio misterio.

Buscamos, queremos amor.
¿Lo damos acaso?
Si hasta en eso somos tacaños
queremos recibir sin dar nada a cambio.

Tal vez no lo tenemos
en ese almacén interno
que también tenemos olvidado
en el último rincón de los secretos.

¿Hay algo más bonito
que un mudo diálogo
donde se dice todo
con mirarse a los ojos?

Toni Oliver



viernes, 29 de noviembre de 2024

Tanto mentir y robar

Tanto mentir y robar

Tanto mentir y robar al ciudadano
chupar la sangre cual vampiro
estrujar los bolsillos
además envenenarlo...

Que... Poco a poco va despertando
de la gran mentira se va enterando
sólo se es un número
con él te van controlando.

Entre la gran maraña de la información
se van encontrando algunos hilos
que las mentiras van despejando
hasta hallar alguna verdad en un sitio aislado.

Verdades que se van conectando
mientras se siga del hilo tirando
apareciendo algo de luz al final del embrollo
hasta salir del gran pozo.

Uno, con tanta luz, queda deslumbrado
todo lo que pensabas que sabías se ha esfumado
una gran mentira, un cuento, todo teatro
tras el telón, la gran cocina para cegarnos.

Nada es lo que nos habían contado
los corderos encorbatados
son lobos hambrientos
de hambre y poder ciegos.

Les preguntas por el pueblo
nunca lo han visto ni conocido
son esas hormigas que se van pisando
para subir al podio, machacando.

El pueblo va despertando
todo es cuestión de tiempo
donde todos se enteren del gran engaño
y que de la verdad jamás se ha hablado...

Toni Oliver



miércoles, 27 de noviembre de 2024

Nos pusieron un enorme velo

Nos pusieron un enorme velo

Nos pusieron un enorme velo
cambiante como el viento y la marea
ondulante como las ondas
creando la niebla de la verdad eterna.

Engaño tras la pantalla
la de la muerte, la de la vida
creando una realidad trampa
al borde de un abismo por bandera.

Nos engañan los libros
contando farsas a mansalva
realidad ficticia
creada por alimañas.

Poco a poco
les entregamos la llave de nuestras vidas
a los lobos que cuidan de la manada
echando la culpa de las ovejas desaparecidas
a nuestras propias hermanas.

Crearon el odio
deshaciendo la hermandad
por los siglos creada
nos separaron de manera educada.

No vimos el camino al matadero
mientras afilaban las hachas
cada vez las armas más sofisticadas
ya no sirven las balas ni las lanzas.

Controlar la mente
que mejor arma
con mando a distancia 
sin que se entere la gente... Toda callada.

Todo lo entregamos a los lobos
nos despojan de las tierras
también de las aguas
incluso nuestras casas...

Silentes, al matadero, en cascada...
No somos nada, sólo carnaza.

Toni Oliver



Mallorca, la isla más terrorífica

Mallorca, la isla más terrorífica

Alquileres estratosféricos
buses atrapados
en los caminos retorcidos
igual que las mentes en presentes y pasados.

Tormentas salvajes
torrentes edificados
toman las aguas las curvas
donde arrasan lo tan siquiera ni pensado.

Terror en la biblioteca
arrancando del corazón las letras
la tinta de sangre
va corriendo río abajo.

Me dicen que no hay ríos
¡Oh, que pena! Vaya lío
las torrentadas no han visto
arrasando hasta el alma, como los ríos.

¡Obri sa porte!
Tenebrosa la voz
entre las paredes silentes
historias entre muros.

Si hablaran esos muros
los de los castillos, los conventos
esas “posessións”, de todos lados lejos
todo en silencio, mudos, sin recuerdos.

Talayot, amontonamiento de piedras
con sus huecos por dentro
cuanto misterio, desconocido aliento
pasado todavía ignoto.

Hotel Illa de la Calma
donde la calma brilla por su ausencia
entre los misterios de la nada
hasta la sangre se hiela.

Al igual que al ver esa mirada
en la pared de un cuadro impertinente
esa mirada penetrante
como un puñal que en las carne entra.

Olor a muerte
torturando la mente
un perfume inexistente 
sólo en la noche
callada, por suerte.

Retumba en la nariz
como un terremoto
removiendo el cerebro
hasta del cuerpo su vómito.

Muerte por chocolate
venganza hacia el escritor
muerte lenta, pánico
que mejor lección...

Lección par aun escritor de terror 
no conociendo el significado
mucho menos el dolor
no el del cuerpo, sino el del corazón.

Polita, la amiga invisible 
entre gente cuerda
héroes de opereta
sembrando el pánico y la miseria...

Adolescentes sin futuro
mentes atormentadas
donde nada nadie entiende
historias de niños inventadas.

La muerte crea adicción
como el néctar de la flor 
de la sangre su sabor 
el miedo y el pánico en plena sazón.

Toni Oliver




De tanto escribir

De tanto escribir

De tanto escribir en estado de somnolencia, al repasar todo lo escrito, hubo un momento que nada entendía, me puse a tachar parte del estropicio. Seguía sin entender nada, por lo que opté por borrar todo, esperar al día siguiente estando algo más despierto... Se conoce que la escritura en modo automático en estado de somnolencia no me funciona.

Al despertar, me propuse intentar escribir de nuevo lo adicto que me había vuelto al café, sin éste no funcionan mis pocas neuronas, necesitan su proceso particular para despertarse, disociadas del resto de las células del cuerpo.

La hoja en blanco continuaba de este color, ni una gota de tinta caída del cielo la emborronaba, ni tan siquiera eso para poder hacer un simple garabato con las yemas de los dedos.

Miré por la ventana, mejor dicho, por el mal llamado balcón donde ni me caben ni los zapatos, tan es así que si intentos colocarlos no me cierran las puertas, convirtiéndose en un falso zapatero, donde ni tan siquiera la idea de que así sea funciona, hacía un día soleado,  estupendo para salir a dar un paseo, cosa imposible, ahora era mi cuerpo el que seguía durmiendo. Eso de pasar la noche en vela persiguiendo a un mosquito, es malo para el descanso.

Shitttt, silencio, que nadie se mueva, se acaba de posar sobre la hoja en blanco... Silencio... ¡Plasssss! Una mancha de sangre roja acaba de manchar la dichosa hoja en blanco. En el centro el charco con sus andas hacia la orilla, el resto de la sangre formando como rayos en los laterales, como si fueran los rayos del sol, pero en rojo encarnado.

y... ¿Ahora cómo lo hago para escribir en la única hoja que tenía en blanco? Sin papel me he quedado.

Toni Oliver



martes, 26 de noviembre de 2024

Entre el follaje

Entre el follaje

Entre el follaje
de la selva salvaje
saltando de árbol en árbol
como la mona Chita
del salvaje Tarzán.

Janne con su taparrabos
de donde lo sacó, un misterio
apareció su cuerpo
cada vez más bello
indómito.

Sobre las ramas
posición de salto
alcanzando las lianas
cuerdas del natural árbol
de rama en rama por lo alto.

Un sueño, una realidad
a la magia de los sueños lo dejo
que trabaje la imaginación
como yo trabajo mis versos
los del fuego, la pasión.

Deja que pisemos la tierra
que esa se comunique con nuestro cuerpo
mejor sin trabas
que frenen la comunicación
como el viento, que fluya.

Todos somos aire, viento, agua
polvo de estrellas, de cometa
somos la tierra, las piedras
somos todo, somos nada
sólo energía simulada en materia.

Volviendo al follaje
a las ramas y sus lianas
al silencio de las alturas
a la calma mientras la luz te atrapa
caleidoscopio ante mi mirada.

Toni Oliver




lunes, 25 de noviembre de 2024

La vi

 LA VI


Mi puñetera cabeza, de fantasías y falsas historias.

La vi, ahí estaba ella, no podía apartar la mirada, seguía sus

pasos, su respiración, hasta que desaparecía detrás de alguna

estantería, no podía seguirla en la distancia. Mi mente daba

vueltas y más vueltas entre abandonar o acercarme a ella, provocar un encuentro «fortuito», presentarme como si hubiera

sido un accidente, o seguirla, silente, a cierta distancia como si

fuera un agente de la CIA para presentar algún informe.


Mientras mi mente divagaba

la vi a ella, con su pelo rizado

que al ir avanzando con sus pasos

se levantaba al viento como si fuera un cometa.

Pelo moreno, largo, con sus rizos alborotados;

paso firme mientras va avanzando,

dubitativo cuando se para en algún lado.

En mi mente una maraña impertinente

de pensamientos impuros.



Quizás no sean tan impuros, sino auténticamente puros por ese animal salvaje que se concentra en mis genes como la leche condensada que se inventaron para encerrarla en una lata de metal para que no salga esa fiera, y cuando revienta o se abre con el roce de las miradas...


 Aparecen los instintos concentrados 

obcecándose los ojos en mirarla, 

desearla como si otra cosa no hubiera en el universo

 más que ella, ella, ella, ella, ella; 

sin poder olvidar la estructura de su cuerpo, 

ese pelo que en la distancia me enamora, 

deseoso de ver sus ojos frente a frente… 


Decidí adelantarme a sus pasos, necesitaba ver sus ojos, esa parte que tanto me encanta al tiempo que me enamora. Dicen que los ojos hablan entre el silencio y a mí me encanta ese diálogo sin palabras donde el cuerpo se estremece, no por fiebre, sino por la tontería de cuando uno se enamora, y no sabe cómo reaccionar ni expresar lo que uno siente, esa incertidumbre donde se juega el todo o nada. 

Eso mismo me pasaba, si la encuentro de frente qué le digo, cómo empiezo una conversación sin olvidar todas las preguntas pertinentes que se pasean entre esa maraña de pensamientos que hay en mi cerebro, mientras la maraña se hace más grande, inmensa, y peligra el éxito de lo que estoy buscando.

 Intento tirar un poco del hilo de mis líos mentales, ¿está casada? ¿Tiene pareja? ¿Me mandará al carajo si le digo que me gusta? Solo queda sacar al poeta para que no se líe más el ovillo.

Qué pensará si le digo que me gusta

 y si le digo: «te quiero, 

qué bonitos ojos tienes, 

me encanta tu pelo, 

y qué decir de tu sonrisa, 

que me enamora y provoca la mía 

haciendo que se convierta en perpetua;

no puedo eliminarla de mi rostro mientas la tengas en el tuyo,

promoviendo la locura de mi ya loco cerebro 

que hace tiempo perdió la cordura, 

desde en el momento en que te vi allá a lo lejos, 

aunque ya de mí nada entiendo». 

Todavía no he podido ver sus ojos, me vuelven loco y no los conozco. Qué sucederá cuando los vea frente a frente, ni idea, solo sé que continúo siguiéndola de lejos y la veo de espaldas dirigiéndose a la zona de lencería y productos eróticos. Tengo que seguir andando detrás de ella para verle la cara en algún momento. La necesito, ya no su cara, sino toda ella. 

Está mirando la lencería, roja, negra, de encaje… De lejos parece como si fuera de cera, minúscula toda ella. La parte inferior y la de arriba de gran tamaño, y cuando la coge con sus manos, estas son minúsculas al lado de los soportes mamarios. Desde la distancia se ven esas manos suaves, con las uñas bien pintadas de un color nacarado con puntitos brillantes que van destellando ante mis ojos.

Ese nácar brillante 

que se desprende de tus dedos 

con el parpadeo de las estrellas 

que me deslumbran cuando te veo, 

me enamoran, aún sin conocerte en mí. 

El miedo indescriptible, 

absurdo como todos ellos, 

a perderte y tener que abrazar la ausencia 

en lugar de tu presencia, 

donde el corazón late con más fuerza 

locomotora, imparable cuando

poco a poco sintoniza con el tuyo, 

sincronizando las frecuencias y 

latiendo al unísono. 

Como nuestros ojos cuando parpadean, 

sin notar cuándo se abren o se cierran 

en el incesante parpadeo, 

ese diálogo entre pupilas, 

ambas pícaras, deseosas 

de entrar en esas zonas oscuras 

donde trascienden las caricias,

haciendo que tiemblen la piel 

el cuerpo y el alma, 

sin vergüenza alguna, 

al contrario de esa que siento 

ahora para mirarte a la cara y decirte que me gustas. 


Entre pensamiento y pensamiento, desapareció de mi vista, quedándose en mi mente. Estaba desolado, triste, tanto que salí de la tienda, cabizbajo, peleándome con mi cabeza por hacer el gilipollas, por no atreverme a enfrentarme a mis miedos y sacar el coraje para salir adelante, olvidándome de ese tímido personaje que se pierde entre vanos pensamientos dejando la realidad existente. 


Pobre de mí, 

cobarde, sin agallas 

para enfrentar la vida, 

prefiriendo pelear ante un ejército 

que decirle te quiero a esa persona que te gusta. 


Prefiero hundirme en el barrizal 

antes que subir al cielo pasando por los infiernos; 

los del placer prohibido, 

los de los sentimientos intensos, 

esos que te enervan, 

que se sienten con el alma y el cuerpo, 

y de los que no hablan los diccionarios. 

solo algunos libros locos escritos para unos pocos, 

leídos por muchos menos.

Esos infiernos que cuando entras en ellos 

no quieres salir y aunque las fuerzas de seguridad te saquen, 

vuelves, pues sin ellos la vida no vale la pena. 

Es un viaje para vivientes muertos. 


Estaba sentado sobre un pilón de esos de cemento que separan las zonas del aparcamiento de los caminos marcados para que circulen los coches, justo al lado de un paso cebra que unía este con el supermercado. Seguía absorto en mis pensamientos, casi diría que los tenía en blanco, uno de esos momentos en que ya no piensas en nada y apenas te enteras de lo que pasa a tu alrededor, como si estuvieras en una isla en medio del océano donde nadie te estorba la vista. 

De pronto escucho que algo se cae a mis pies, lo observo: un paquete de preservativos. Lo recojo, levanto la mirada y ahí estaba ella de nuevo. Esa vez nos veíamos las caras, unos ojos negros, grandes, brillantes, me veía reflejado en ellos como si fueran un espejo cóncavo con mi figura deformada; me veía delgado, y eso que siempre he estado con unos kilitos de más... 

Su voz diciéndome que si le puedo dar lo que se le ha caído, y yo, todavía atontado, con la mano temblorosa, le acerco la caja mientras de sus labios sale una gran sonrisa de la que se contagiaron los míos. 

Ella agarró la caja y yo, como atontado, no la soltaba, la mano me temblaba de tener la suya justo a unos milímetros de la mía, hasta que me dice: «la sueltas o no». Sin perder la sonrisa, la solté, la puso en la bolsa de nuevo, me dio las gracias y ante mis ojos, de nuevo, desapareció. 

Mi cuerpo temblaba, no entendía nada, es como si estuviera con fiebre. Me volví a sentar sobre el pilón, estaba tan atontado que no tenía ningún reflejo para reaccionar y me entraron ganas de llorar; mientras, por otro lado, me contenía, pero no podía ni hablar, si lo hacía se me entrecortaban las palabras y mi propio cerebro, con esa vocecita que tiene cabreada, diciéndome: «tonto, imbécil, idiota» y otros calificativos que no quiero ni recordar. 


La miré a los ojos 

como el azabache, negros, 

con su brillo alumbrando más que el sol, 

cegando los míos, hipnotizándolos.

 Ella, joven, alta, imponente 

en los mejores momentos de la vida; 

yo, tímido con una gran colección de años 

colgados de las paredes del pasado, 

una mente viva con ganas de vivir, 

un cerebro tímido que me estafa 

usando el autoengaño. 

A veces lo maldigo, 

luego recuerdo que él y yo somos el mismo, 

vuelvo de nuevo a sus ojos 

y ahí me veo bello, esbelto, 

al tiempo que de ellos me enamoro 

como un colegial en un improvisado encuentro.


Me veo divagando entre ilusiones, 

realidades absurdas que no entiendo 

en un mundo que me invento, 

quizás porque uno que me guste no lo encuentro. 


A veces me siento afortunado, 

con el camino trillado 

o nuevos para ser explorados; 

otras, todo lo contrario, 

en un barrizal, hundido, 

buscando una salida que no encuentro. 

Y cuanto más peleo, más me hundo. 

Desespero, desespero... 


La vi, ahí estaba ella, tocando el piano con sus mágicos dedos, pero no, no era ella, ni su nombre se le parecía, mas era idéntica, sus gestos, sus facciones. Atontado con el divagar de las notas que salían del piano, absorto me quedé mirando su rostro, retrocediendo en el tiempo cual máquina para ello, recordando viejos tiempos. De fondo, su música, emulando la voz que salía de sus labios y que cuando escuchaba se me erizaba todo el vello, hasta el que ya no tengo. 

En cada nota simulaba una escena, algunas ya olvidadas, pero recordadas en este momento en el que transportado por esas notas sacadas de las teclas e impulsado con magia por sus dedos, me recordaba cómo estos se deslizaban por toda la piel, muy despacito, acabando con la paciencia de mi mente y auo revienta o reviento, difícil explicar con palabras, cuando al final acabas con un temblor incontrolado, a lo bestia, por todo el cuerpo. Y no es temblor de frío, fiebre o algo parecido, pero te deja exhausto, con una sonrisa de lado a lado del rostro, abrazado a ella, juntando los cuerpos como si fueran una sola pieza, acabando con interminables besos de diferentes tipos: suaves, delicados, apasionados por tiempos, mordiscos que te devuelven a unos momentos anteriores ya descansados y con más fuerza, como si no hubiera mañana, que no lo ha


Retrocedí veinte años 

al verte ahí enfrente, 

vi este presente que me recordaba 

aquel pasado encantado. 


No, no eres tú, no llevas su nombre 

ni sus apellidos, pero sí su belleza, 

el brillo de sus ojos, un calco 

tu idéntica sonrisa, esa expresión... 


Ahora, mi cabeza un lío, 

tu imagen en presente 

idéntica a otra del pasado, 

y mi mente dando vueltas 

con la sonrisa de lado a lado. 


Una gran diferencia: 

tú ahora, joven, 

yo ahora, viejo y cascado; 

con una coincidencia: 

antes y ahora, calvo. 


Antes la tenía a mi lado, 

me hacía vibrar desde adentro

y no, no era la fiebre, no temblaba, 

si bien la temperatura era muy alta,

 aunque no la del termómetro. 


Ahora te miro como al pasado, 

a sabiendas que ese presente 

no ha empezado ni acabado, 

simplemente inexistente,

 un sueño, una ilusión. 


Al darme la vuelta desapareces, cual espectro

 solo en mi imaginación, 

aunque esa sonrisa en mi rostro te agradezco 

y la guardo en mi corazón. 


Tras el sueño, al despertar al alba, los rayos de luz entraron en la habitación, a mi lado, nadie, la cama vacía y el único calor el de mi lado y el que por la ventana entraban, eso sí, todavía tímidos, filtrados por los cristales. Entre ellos, minúsculas figuras que flotaban como las estrellas del cielo, pero sin más brillo que el que el sol les aportaba, todo lo demás, puro sueño salvo la música que sí sonaba en la fiesta que había asistido. En mi mente aparecía una y otra vez, insistente, su sonrisa, sus muecas, su pelo rizado, sus ojos, su mirada, esa complicidad con solo mirarnos los rostros... 

Todo se iba difuminando, como esas motas de polvo en suspensión que bailaban entre esos rayos de sol salidos de la inexistente nada. Ahí, esas minúsculas motas de polvo, se van ordenando como por arte de magia, pintando su rostro, moviendo los labios, como si me hablara. Quería preguntarle por qué me abandonó aquella mañana, silente, sin decir nada, desaparecida son dejar rastro, pero mientras me atrevía, desaparecía difuminada entre los labios, dejando un corazón palpitante que también acabó difuminado al abandonar el sol mi ventana. 

La vi, balcón frente a balcón, la calle por frontera, sin barreras, pero con el vacío por delante, mientras buscaba que su mirada se cruzara con la mía, pero no, no había manera. Se rehuían las miradas, la suya con la mía y viceversa, hasta echar las cortinas para no ver dentro de nuestras casas. 

Tan cerca, tan lejos, una simple calle, diez metros, un vacío, como si fuera el foso de los grandes castillos, llenos de cocodrilos u otras especies hambrientas. Ninguna más hambrienta que el hambre que de ella tengo, de conocerla y tenerla a mi lado. Cuando abro la puerta de mi balcón, ella desaparece y a la inversa. 

Ella, de pelo largo, morena de pelo y de cara, perfecto su cuerpo, y de su persona no hablo, a tanto no llego. Pasan los años, pero la invisible frontera que nos separa no se derriba, solo me queda mandar versos al viento a ver su supera el muro de la alta torre del castillo, entrando por el ventanal y le puedo llegar al alma.


Toni Oliver



 

Si te pudiera encontrar de nuevo

Si te pudiera encontrar de nuevo


Si te pudiera encontrar de nuevo

sí, ya lo sé, nunca nos hemos visto

tampoco nunca hemos hablado

pero te vi en mis sueños.


Sueños recurrentes

donde apareces a cada instante

imagen siempre presente

en mi historia errante.


Volaste hasta mi alma

con tus invisibles alas

bonitas, transparentes, de seda

tu voz siempre callada.


Hablaban tus ojos

enciclopedia de expresión

hablando con el corazón

ese recóndito rincón.


Mi corazón haces palpitar

cada vez que mis pupilas atraviesas

volando mi imaginación como lo hace el alma

un universo sin fronteras.


Sí, te vi mientras corría la suave brisa

acariciando mi piel erizada

sintiendo como una fuerte corriente eléctrica

mi mente electrizaba.


Mis versos son en presente y en pasado

en momento te recuerdo

en otros te veo

siempre te siento a mi lado.


¿Recuerdas?

Cuando nos revolcamos en la tierra

bajo las bellas rosas

de todos los colores había.


Esas espinas que se nos iban clavando

esa sangre que corría como si fuera río abajo

por los brazos, el pecho

hasta en la cara algún arañazo.


Ese perfume inconfundible

el de las rosas y el petricor en el aire

después de un seco verano, inaguantable

me decías, la tierra bajo mis pies cruje.


Cierro los ojos de nuevo

ahí está tu con tu sombrero

tu pelo negro azabache bajo el sombrero blanco

mientras la brisa mece ese pelo negro.


Tu blanco vestido

volando al son del viento

que lo tiene levantado

dejando tus pantorrillas y muslos al descubierto.


Cogiditos de la mano

como dos colegiales olvidados en el tiempo

desconectados del mundo

ese que nos tenían impuesto.


En la playa recuerdo tu corazón

haciendo coro con el mío

no teníamos radio

pero sonaban al unísono.


Nos alcanzó esa tormenta de agosto

antes de esta en unos minutos un sol espléndido

en nada un fuerte aguacero

cayendo como chorros por todos lados.


Nos rodeaban los rayos

la tormenta arreciando

unos delfines allá a lo lejos

saltando, jugueteando.


Con los truenos temblaba la tierra

terremoto tras terremoto sacudiendo nuestras almas

en nuestros labios, nuestros rostros una enorme sonrisa

incluso, de vez en cuando unas grandes carcajadas.


Carcajadas al ver nuestras caras

desnudos con nuestros cuerpos a la vista

nada importaba, el mar nos acariciaba

a veces a las olas por encima nos pasaba.



Ahora, tras no se cuanto tiempo

sueño con estar juntos

en carne y hueso

no sólo como amor platónico.


Ya sé que no apareces con tu cuerpo

pero en mi mente lo tengo grabado

en mi corazón a fuego

en mis manos te siento.

Toni Oliver



Las plumas de la inocencia

Las plumas de la inocencia


Le llamaban Calimero, si, ya sé que es el nombre de una serie de dibujos animados, pero es que el personaje es muy parecido, un incomprendido en una sociedad de adultos, donde todo lo que se le ocurre hacer está mal hecho, pero no decae en el intento, él, quiere ser él, no el objeto que han planeado para su persona.


Calimero, de mente libre como el viento, veía el mundo de los adultos como un auténtico absurdo, intentaba entenderlos, pero le prohibían hablar mientras los mayores lo hacían, pero cuando él lo intentaba le callaban la boca, con un potente ¡Calla! Deja hablar a los mayores que son los que saben.


Eso le dolía mucho, él quería decir su opinión, hacer preguntas dialogar con ellos, pero era algo imposible, ni siquiera se preocupaban de saber como se sentía, ni tan siquiera de si existía, hasta cuando intentaba decir algo, que siempre le mandaban callar.


Se sentía invisible, decidió pasar de la gente adulta y vivir el mundo tal como el lo deseaba, no como veía.


Lo que veía era un mundo de esclavos, trabajando de sol a sol, sin tiempo para él ni para nadie, su padre llegaba cansado, apenas, en este estado se le podía decir nada, si lo hacías respondía a gritos o te “invitaba” a que te fueras lejos de él.


Mientras todos los niños correteaban, gritaban, jugaban, pero había algo en ellos, ya estaban cogiendo la costumbre y la cara de enfado de sus padres, del resto de adultos, no se puede estar con niños y jugar con ellos cuando siempre están enfadados con todo el universo, poco a poco se convirtió en un niño solitario, no jugaba con nadie, pero sí lo hacía con él mismo y su imaginación.


Voló con su avión de papel, sobre la casa donde vivía, se fue alejando, abajo se veía el mar, las montañas que dejaba atrás, volaba por encima de las águilas, éstas le saludaban con algún que otro vuelo en círculo alrededor de su hermoso avión de papel, el avión volaba sin ruido, un vuelo suave somo si se moviera entre sedas, así estuvo por tiempo indefinido, se olvidó de ese raro invento llamado “tiempo”, también de los adultos, sus malas caras, de su invisibilidad, ahí, en ese vuelo todos los pájaros le sonreían.


En su cabeza pensó que podía volar como ellos, agitó los brazos como si fueran alas, al poco se dio cuenta que se le habían llenado de plumas, los agitó con más fuerzas, ahí empezó su primer vuelo, como pájaro, aprendió del águila que vio al principio, seguía sus movimientos, cuando se giró, ahí estaba el águila enseñándole como planear para descansar sus brazos, ahora ya alas. Estuvieron jugando un buen rato, así aprendió a desenvolverse en el aire, aprovechar los vientos, las capas térmicas, etc. Si bien todo esto no era para pensarlo, sino ir jugando, aprendiendo cada día más y más.


Ya siendo pájaro, no había fronteras, ni calles, ni puertas, se veía un mundo precioso desde lo alto, hacia arriba, las estrellas, la luna, el sol. Subió por encima de las nubes, todo un mundo de algodón a sus pies, imaginó que podía posarse encima para descansar, como si fueran un colchón muy blando. Así se pasaba las noches, mirando las estrellas como parpadeaban. La luna, le sonreía, le iluminaba en la oscuridad. Incluso, con ella hablaba de lo absurdo de los adultos, esos seres raros, enfadados, sin tiempo para esos niños que trajeron al mundo.


Empezaron a filosofar y a preguntarse cosas que no entendían. Como, por ejemplo, por que se tienen niños sino pueden atenderlos, porqué trabajan si no tienen tiempo para

ellos, ni de dormir tan siquiera, se acuestan y no descansan pensando en que ya mismo tienen que levantarse, se levantas enfadados con ellos mismos, con los que tienen al lado, con el mismísimo universo.


La luna se convirtió en su aliada, un día le dijo a Calimero que subiera a verla de cerca, él, ni corto ni perezoso movió sus alas, empezó a remontar fuera de la atmósfera, podía respirar perfectamente, nadie le había contado que ahí afuera no se podía respirar por falta de aire, voló y voló hasta que a la luna llegó, al verla tan inmensa alucinaba, pero también sentía una enorme felicidad, su sonrisa le envolvía toda la cara, los ojos le brillaban tanto que daba igual si estaba en la parte oscura o en la que le da el sol, sus ojos iluminaban todo lo que había delante de ellos, se sentía feliz y tan contento como un niño chico al descubrir cosas nuevas, era lo que realmente estaba haciendo. Empezó a explorar, andando y volando con sus alas. Divisó una entrada hacia una caverna, como buen volador aterrizó en la misma entrada,ahí, caminando atravesó la entrada.


Dentro, al principio estaba todo oscuro, pero al pensar que podía ver perfectamente sin luz, como por arte de magia todo se iluminó, sin sombras, era como una luz extraña, pero que dejaba verlo todo. Se adentró, sin miedo a nada, al principio todo eran piedras, rocas, estalactitas y estalagmitas, de repente, un gran lago en su interior, desde lo alto se veía inmenso, azul, como se ve el mar en la tierra, como azul se veía el techo de la cueva, no se veían estrellas, pero si peces saltando fuera del agua, algunos inmensos, como los seres míticos que contaban en los cuentos, no, esos no se los contaban sus padres, sino los abuelos el poco tiempo que estaba con ellos. Ahora le vino el recuerdo, se veía acostado en un pequeño camastro, su abuelo, con su abuela al lado, le iba leyendo los cuentos hasta que se dormía, si al acabar él no lo había hecho, empezaba ella, a veces tampoco les bastaba, en este caso ya se los inventaban, hasta que acababa rendido y se dormía. Volvamos al lago y sus peces, era precioso verlos saltar, perseguirse, entretenerse...


Le hizo ilusión jugar y saltar con ellos, emprendió el vuelo desde casi la cúpula de la cueva hacia el lago, se acordó de que no sabía nadar, pero imaginó que sí podía hacerlo, entró empicado, como hacen las aves pescadoras, al entrar en el agua se sintió como una sirena, podía nadar perfectamente, respirar bajo el agua, no envidiaba a los peces saltarines, se convirtió en uno más. Se puso a jugar con ellos, como si no hubiera mañana, al cabo de un buen rato, el tiempo no existe, se sentía cansado.


En el fondo del lago encontró un banco de algas, se recostó sobre ellas, se sentía cómodo, nunca había estado dentro del agua ni mucho menos buceado, saltado, tampoco conocía esa sensación de ingravidez, no tardó en dormirse un rato.


Se despertó cuando unos lunáticos peces le estaban empujando para jugar con él. Al principio se asusto un poco, pero al ver su sonriente cara, se alegró y animó. Todos empezaron a nadar por todos los rincones del lago, incluso sus cuevas, que las tenían como lugares secretos donde los adultos no se adentraban y les dejaban tranquilos, lugares preciosos, llenos de emociones a cada momento. Apareció un nuevo amigo, de color rojo y azul, con patas, pinzas y aletas, los otros peces le llamaban el Mordazas, era casi más rápido que ellos, a pesar de sus des-uniforme cuerpo, desafiando así las leyes físicas, como la abeja, dicen los ingenieros que con ese cuerpo no puede volar, pero lo hace.


Se adentraron en otra cueva, esta vez era una selva acuática, bajo el agua, curiosamente se veían volar los pájaros, saltar a los monos de árbol en árbol, leones, elefantes abriéndose camino y los demás seres que conocemos en la tierra, pero con la peculiaridad de que aquí se combina un mundo acuático con otro terrestre, pero en el

mismo sitio.


Calimero no se hace preguntas, simplemente disfruta de todo este mundo nuevo, es tiempo de divertirse, no de pensamientos filosóficos. Ha descubierto un juguete nuevo, su mente, imaginar algo y así es, así se vive, así se siente, no existe el pasado, ni el futuro, sólo ese presente, sin adultos con sus caras largas, su permanente enfado, su falta de tiempo, aquí nada de eso hay. No hay imposibles, nadie te dice que no hay dinero para comprarlo, que hay que trabajar para conseguirlo. Tampoco se siente hambre ni necesidad alguna de comer, tampoco de beber. Imaginas, lo puedes hacer o tener.


Tampoco hay normas, ni leyes, nada de eso se conoce, los peces no se comen entre ellos, se dedican a jugar, explorar, aprender, es más, nunca se plantean dañar a alguien.


Patinó Calimero al pisar una de las rocas que cedió bajo sus pies, le dolía el golpe, se le ocurrió poner las manos sobre la herida, en segundos se calmó, ahí se dió cuenta de que él mismo se podía sanar, sin médicos, ni jeringas, esas horrorosas agujas que usaban para poderte las vacunas o cuando estabas malito para ponerte alguna medicación, ahora era su propio sanador, lo hacía cada vez que sufría algún golpe, o se hacía alguna herida, funcionaba, no sabía ni el como, ni el porqué, pero funcionaba y, lo más curioso, ni se lo planteaba. Su única misión y preocupación, que no era tal, disfrutar.


Mordazas le dijo, hay que salir de aquí, vamos afuera de las cuevas, pero no por donde hemos venido, ahora vamos a ser simplemente energía, podremos atravesar las piedras, hasta viajar al mismísimo centro de la tierra, simplemente con desearlos.


Se convirtieron en una especie de luz que iba atravesando todas las rocas, pasando por entre la lava de los volcanes, grandes ríos subterráneos que los atravesaban sin resistencia alguna, las aguas estaban frías, pero la temperatura no les afectaba. Seguían adentrándose, cada vez más y más, hacia el centro de la luna atravesando las capas que la forman.


En un momento, el vacío, pero como eran simplemente energía no había ningún problema, abajo, un bosque, todo tipo de árboles, entre ellos, unos seres diminutos, parecidos a los humanos, todo el tiempo cantando, por ciertos, unas canciones muy bonitas, armónicas, una música que tranquilizaba a cualquiera, hasta a ellos que eran simplemente energía, danzaban felices. Se dieron cuenta de su presencia sin cuerpo, pero sí siendo luz, les invitaron a seguirlos con sus danzas, cada uno volvió a su forma original, el pez cangrejo con sus colores, rojo, azul, sus fuertes mordazas y sus raras aletas.


Se pusieron a bailar, incluso les dejaron algunos instrumentos nunca visto para que intentaran tocarlos, eran de cuerda, somo si fueran guitarras muy raras, algún tipo de flauta, también muy raro, formas indescriptibles, ni tienen ningún punto de comparación para poder hacer comparación alguna.


Curiosamente, sin tener ni idea de como tocar estos instrumentos, los tocaban a las mil maravillas, como si lo hubieran hecho toda la vida, eso hacía que la fiesta se animara más de lo que ya estaba.

De dentro las ramas de los árboles aparecieron una especie de luciérnagas, inmensas, que iluminaban a todos, incluso la de otros seres vestidos como si fueran finas sedas, semitransparentes, que al ser iluminados eran como si fueran hadas apareciendo en la fiesta, su voz era muy suave, pero se sentía perfectamente como si cantaran directamente a la oreja, enamoraban al escucharlas. Cambiaban de vez en cuando de oreja y otra hada aparecía en la otra cantando otra canción, también melódica y muy

agradable, pero algo curioso había, no se interferían unas con otras, la mente no mezclaba, la claridad de sus voces era impresionante, se podían escuchar todas, como si lo hicieras una a una, pero todas a la vez sin que la calidad del sonido de unas estorbara a las de las otras.


Aparte de tocar Calimero y Mordazas, probaron de cantar, no reconocían su voz, era muy bella, suave y con una potencia enorme, se maravillaron de sentirse a ellos mismos, no les costaba nada, simplemente se dejaban fluir, seguir los acontecimientos, cuanto más hacían algo, que desde el principio ya lo hacían bien, más mejoraban.

Se dieron cuenta que podían subir a los árboles sin esfuerzo, saltar de uno a otro sin miedo ni caerse, nada era difícil, tampoco necesitaba esfuerzo alguno, no paraban de jugar, reír, sonreír, ahí estuvieron mucho tiempo. Un día, el más anciano, que a Calimero le recordaba a su abuelo, pero en diminuto, les dijo que se sentaran un rato con él.


Le preguntó: ¿Calimero, tu que haces aquí, cómo has dejado la casa de tus padres y has emprendido ese viaje?


Calimero le contestó: Vivía en un mundo absurdo, todos hablaban de la “felicidad”, pero siempre estaban enfadados, trabajaban como esclavos, nunca tenían tiempo para mi, no me dejaban hablar, ni preguntar, así que un día, decidí desaparecer dentro de mi mente y vivir todo lo que ellos no se atrevían.


El anciano, piensa un rato, luego le pregunta: Pero ellos te estarán buscando, ¿Lo has pensado?


Pues sí, pero sin mucho interés en saber la respuesta, si cuando estaba era invisible, tampoco se habrán dado cuenta de que no estoy.


El anciano, tras pensarlo, dice, tienes razón, total, para vivir en un mundo absurdo, cuando todo podría ser felicidad, pues cada uno de nosotros la lleva dentro de serie, pero nos olvidamos de ello, la buscamos fuera como si fuera un objeto. Que eso es lo que hacen para manejar a la humanidad, que busquen la felicidad como si fuera una cosa que se puede encontrar en cualquier parte, pero trabajando mucho, como bien dices, como esclavos. Por eso ofrecen cosas para que las compres y te creas que con ello tendrán la felicidad que buscas. Al rato de tas cuenta de que es un engaño, pero te ofrecen más y más cosas, vuelves a caer en la trampa, a comprar más y más, pero sin encontrar la felicidad, sólo un simulacro de un corto espacio, al final tienes trastos inútiles con los que te pensabas tener la felicidad y no la has obtenido. Control de masas.


Calimero se estaba dando cuenta de que su cuerpo iba creciendo, pero si mente seguía siendo la de aquél niño que decidió desaparecer, aunque fuera con su mente, de donde no se le veía. Sabía que un día tendría que volver, pero no tenía prisa, ahora era feliz descubriendo un nuevo universo, sabía que si volvía intentarían quitarle las alas, las aletas, incluso la imaginación y su pensamiento. Harían todo lo imposible para encerarlo en el mundo de los esclavos, incluso, si no lo conseguían lo encerrarían en un manicomio de por vida.


No quería la vida de Peter Pan, pero tampoco la vida de esclavo que le tenían preparado en un mundo totalmente absurdo y que la absurdidad iba aumentando cada vez que uno iba respirando.


El anciano: Te voy a dar una pócima, que no te hace falta, pero tendrás un hermoso sueño en tu descanso, te ayudará a decidir lo que tengas que hacer.


Mordazas: ¡Ten cuidado, eso es una trampa! Gritó desde lejos. Eso le hizo reaccionar a Calimero. Se negó a tomar la pócima. Ambos decidieron volverse luz de nuevo, seguir atravesando al corteza de la luna, hasta llegar al otro lado. En una de tantas cuevas que atravesaron, vieron como la gente se estaba matando, guerras y más guerras, todo tipo de armas, países invadiendo países, robándoles todos sus bienes, quedándose sus tierras, la sangre como si fueran ríos, corriendo por el suelo hasta formar surcos y convertirlos en ríos. Se miraron ambos, al unisono salió la palabra “absurdo”.


Estuvieron un rato más mirando hasta que se dieron cuenta de que no quedaba nadie vivo, ni tan siquiera el río era de sangre, pero había quedado todo desierto, pero sí habían empezado a nacer brotes de hierba verde, el río se tornó de agua limpia y cristalina, todo crecía muy rápido. Pronto aparecieron todo tipo de animales, curiosamente, no se veían humanos entre ellos. La paz y la armonía entre todos, se sentía, se escuchaba la música del agua al correr sobre las piedras, incluso, se veía una cascada a lo lejos donde caía toda sobre un lago, hermoso...


Mordazas se sentía feliz de ver como ese lugar había recobrado su cordura, Calimero lo miraba, ahora sus colores eran más vistosos, brillantes, sentía felicidad en ese lugar, pero temía que volviera a ser como lo que habían vivido hacía unos momentos.


Tango que volver, pensó Calimero, aunque sea una misión imposible tengo que enseñar cordura a todo el planeta Tierra, aunque de loco me traten, Mordazas, que escuchaba sus pensamientos, se puso por un momento triste, pero al momento volvió su sonrisa, como la de antes, ambos se sonrieron, sin palabras. Volvieron a ser luz, Mordazas volvió a su mar en el gran lago del centro de la luna, Calimero, volvió a la Tierra.


Se despertó en un lugar de paredes blancas, cuerpo de adulto, ya no era el niño de antes, pero su sonrisa y cara de felicidad, esas arrugas que salen de tanto reír., gente vestida de enfermeros, médicos, otra gente hablando solos por los pasillos, gritando, chillando...


Se le ocurrió preguntar donde estaba al primero que encontró, le dijo que llevaba muchos años encerrado en ese manicomio, siempre actuaba como si fuera un niño pequeño, la gente lo escuchaba con atención, sobretodo cuando contaba sus viajes, sus vuelos, esos paisajes que conocía...


Toni Oliver



domingo, 24 de noviembre de 2024

Me palpita el corazón

Me palpita el corazón

Me palpita el corazón
cada vez que en ti pienso
hasta el cerebro se pone de acuerdo
en sentir toda la pasión.

Raro, muy raro
eso de que ambos vayan al unisono
cuando siempre se están peleando...
Algo hay aquí que no entiendo.

¿Qué estarán tramando?

Poco importa esto
me siento en el cielo
como un loco volando
entre esas nubes de algodón.

Suaves, tiernas en mis pensamientos
en ellas me estoy regodeando
ese mundo mágico
donde me duermo,a la vez estoy despierto.

Bajar a la dura tierra no quiero
quizás sea cierto
quizás ilusión
qué más da, lo estoy viviendo.

No quiero despertar, si es que duermo y sueño
prefiero seguir flotando mientras dure este vuelo
agitando las alas de mi pensamiento 
entre aleteo y aleteo, planeo.

El corazón sigue palpitando
el cerebro fluyendo
magia, paraíso
la vida siempre me va sorprendiendo.

Toni Oliver



sábado, 23 de noviembre de 2024

La cima de la colina



La cima de la colina




Estaba la noche oscura, la luna brillaba por su ausencia, elsilencio roto por el maullido de los gatos encelo, dando laimpresión de que un ejército de niños estaba llorando.

Escondido tras lo viejos muros de un antiguo monasterio, sintejado, acurrucado en una esquina para aprovechar la defensan de los dos muros que la formaban, tanto para defenderme delfrío nocturno, como de alimañas, tapado con unas viejas tablas, que seguro pertenecieron a alguna puerta por el tiempo, sus inclemencias y, porque no decirlo, del salvajismo humano quedestruye todo por allá donde pasa, la noche, era fría, helada, estaba conteniendo el tembleque del cuerpo y el de los dientes que tenían la intención de armar un concierto de percusiónentre ellos, calentándome las manos con el aliento y colocarlasde nuevo en los bolsillos para mantener un poco el calor.

Arriba, cada vez que miraba, al no poder cerrar los ojos yrelajarlos, se veía un bonito espectáculo de estrellas, lasgalaxias, todo el firmamento, como pocas veces había visto. Enlas ciudades esas cosas apenas se ven, algunas estrellas y poco más.

Ante mí, unos ojos muy juntos, seguramente de alguna rata sese pasea por entre las ruinas buscando algo que levarse al estómago, le acompañaban otros pares, cogí una de las tablas y la lancé hacia ellos, desaparecieron, por lo menos por un rato.

Se escucharon ruidos de caballerizas, el golpear de las ruedasmetálicas sobre las piedras del camino, los cascos de loscaballos herrados, algunas voces a lo lejos. Se iban acercandopoco a poco, minúsculas lámparas se acercaban, si bien másparecían luciérnagas en la distancia.

Se pararon los ruidos de las llantas y de los cascos, unos fuertesgolpes en la puerta, una voz de hombre gritando ¡Abran en nombre del Conde!

Desde dentro del monasterio, un fraile, apresurado hacia la puerta, mira por la mirilla, abre. Lo apartan a un lado, entrando los soldados con un joven medio desnudo, las manos atadas ala espalda, de un tirón le arrancan los pocos harapos, se ven las marcas por todo el cuerpo, golpes, moratones, otras largas y
finas, como de un látigo o alguna vara, abiertas las heridas, banquete de las moscas.

Piden que se de comida a los soldados y a los caballos, llevándolos a los establos. También que se llame al fraile herrero para que haga un collar de hierro, unas esposas y una tobilleras con cadenas para el preso.

Se le ocurrió pedir un poco de agua, llevándose una patada en la boca, ésta quedó sangrando. El que comandaba los soldados, tenía ganas de divertirse, lo mandó atar, arrodillado, los brazos
bien atados a las columnas.

Lo mira con desprecio y burla, le escupe en toda la cara, actoseguido, una buena patada en la entre pierna.

Manda sacar agua del pozo, bebe del cubo y la que sobra se la va tirando poco a poco encima de la cabeza, al intentar beber de lo que le echaba, con la mano le tapa la nariz y la boca, intentando retorcerse para liberarse de esa mano y poder respirar un poco, al ver como se retorcía, se divirtió un poco más sin dejarlo respirar, si bien le dejaba tomar alguna minúscula bocanada.

Ahí lo dejaron toda la noche, mientras la escarcha se iba colocando sobre las plantas y la piel del joven, desde lejos se le escuchaba el tiritar de los dientes, sus lloros, todo para divertimento de los que le vigilaban.

Al amanecer, el herrero ya tenía hecho el collar, las esposas y las tobilleras, en las primeras luces, se las fue colocando, remachando bien los cierres, en ellos había colocado una cadena gruesa, la del cuello sujetaba las manos por la espalda, la de los pies tenía una separación de unos 50 cm para que
pudiera andar, pero le ataba también con otra cadena a las manos. Así cuando con las manos tiraba hacia abajo, el collar le hacía levantar la cabeza, y si lo hacía hacia arriba, tiraba de los tobillos.
Después de darle unos buenos tirones en todas las cadenas, llagando los tobillos, el cuello y las muñecas, ni se molestaron en vestirlo, lo llevaron hasta la carreta, lo tiraron como un saco de patatas. 
Mientras, dos soldados le vigilaban, de paso, también se divertían torturándolo y humillándolo Seguía escuchando el maullido de los gatos en celo, abrí los ojos, con las primeras luces volví a ver las ruinas que había dejado al acurrucarme en el rincón, respiré tranquilo, pero me quedó la duda sobre lo que vi, era tan real que no parecía un sueño.

Me levanté, al intentar agarrarme a una de las tablas para levantarme, me di cuenta de que no estaban donde las había  dejado, ni tan siquiera la que había lanzado a los ratones, o lo que fuesen que me miraban anoche.

Me acerqué al portal, bueno, lo que quedaba, ahí estaban las tablas, todas. Salí fuera, las piedras estaban marcadas por las llantas de las ruedas de las carretas y por los cascos de los caballos, curiosamente, no recuerdo que al haber subido a ese convento haber visto marca alguna.

Volví hacia a dentro del convento, en el suelo, unas telas, como de saco, de esas ásperas, rotas, llenas de sangre, parecía las que llevaba el joven cuando entró y estaban justo ahí donde se las arrancaron.

En el patio, curiosamente, no las había visto antes, dos cuerdas que seguían atadas a dos columnas.
Busqué por donde pensaba que podían estar los establos, entre los escombros vi los pesebres, miré dentro, había paja fresca y algún resto de grano, imposible que un caballo pudiese comer entre tantos escombros, se rompería las patas antes de llegar a los pesebres.

Al lado vi una fragua, delante de ella un yunque, sin polvo alguno, como si lo hubiesen recién usado, aparté un poco del carbón de la fragua, debajo estaba todavía caliente. 

Mi cuerpo estaba peleando entre salir corriendo de ahí dentro, tenía toda la piel erizada y el frío de la escarcha todavía no desaparecía con el tímido sol que intentaba abrirse camino hacia el día, me tenía temblando.

Necesitaba un buen café y desayunar algo, bajar al pueblo e intentar asimilar lo pasado esta noche.
Había subido la noche anterior, necesitaba encontrarme solo, conmigo mismo, mis pensamientos, olvidar esos momentos de mierda que a veces se instalan en nuestras cabezas. A veces, la soledad y las estrellas ayudan a reflexionar, la intención era estar un rato ahí arriba, en el monte, que encima tiene los restos de ese convento. Como a todos los niños, aunque ya tan niño no era, me encantaba perderme entre las ruinas, siempre había algo nuevo que descubrir. Otras veces había subido de noche, pero era en verano y se estaba mejor fuera de las ruinas, la vista de las estrellas es preciosa, ahí no llega la contaminación lumínica, es todo un regalo para los sentidos, sobre todo los días claros, sin luna, los días de luna llena también tienen su encanto, es más brillante, más guapa que vista desde la cuidad.

Mientras bajaba por el camino, seguían las marcas sobre las piedras, las ramas de las orillas rotas, pisoteadas, cuando subí no estaban así, las ramas invadían casi todo el camino, tenías que sortearlas para que no se engancharan con la ropa o te arañaren la piel. Todo me parecía cada vez más extraño.
Ya se vislumbraba el pueblo, mi estómago rugía, mi nariz quería a oler a café, pero todavía no alcanzaba a percibirlo.

La gente corriendo de un lado hacia otro, a veces parecía que mno tenían ni idea hacia adonde iban, todos con cara de dormidos, cabreados, ni tan siquiera una minúscula sonrisa se vislumbraba ni por error. Ahora ya no eran mis demonios los que me asaltaban, sino los males de una sociedad que sólo
anhela dinero para ser feliz, pierde su salud para conseguirlo, lo que le queda se lo gasta en médicos, al final, toda una vida luchando, sin disfrutar de la vida, intentando acumular un dinero, cayendo en la trampa mortal que la misma sociedad te monta y te hace creer que cuanto más tengas más feliz serás,
hace que te endeudes al punto en que si vivieras siete veces no  llegarías a pagar lo que te estás gastando. Basta ver ese espectáculo matutino, todo el mundo cabizbajo hacia sus trabajos, con prisas para no llegar a ninguna parte, las calles atascadas, cuando no es por un accidente, es por obras, o sino
por otro motivo sin clasificar.  Trabajas deprisa, corriendo, luego te regañan porque algo has
hecho mal, pero te siguen achuchando para que sigas corriendo, un sin sentido, lo que cobras no te basta ni para pagar el alquiler, lo de comer... Mejor en eso no pensamos, ya no alcanza.

La televisión te inculca que tienes que comprar y comprar, no importa si te hace falta, la imposición dice que “sí te hace falta para ser feliz”, y tú, te miras al espejo y te asemejas a un hámster en la rueda dando vueltas y vueltas sin ir a ningún lado, con la diferencia, el hámster tiene la comida asegurada, tú
tienes que trabajar como un condenado para su comida y para la tuya. Y para hacerlo más real, que lo es, te venden que tienes que estar en forma, tienes que ir al gimnasio, entras y sí te ves como esa rata, si bien no dando vueltas, en una cinta que si da vueltas donde tu caminas y caminas sin llegar a ninguna parte, y, por si fuera poco, luego toca bicicleta estática donde haces kilómetros y más kilómetros para, tampoco, llegar a ninguna parte. Curiosamente, esos michelines cada vez se parecen a el muñequito que llevaban de mascota sobre las cabinas de los camiones haciendo publicidad de la marca de neumáticos.

Por fin se divisa una cafetería donde desayunar un buen café y algo sólido que lo acompañe. Pido un café con leche, unas tostadas con tomate, el periódico, tengo que mirar la sección de empleo para ver si hay algún anuncio que me resulte interesante. Paso las hojas, sólo peleas entre políticos, si fueran cuerpo a cuerpo estaríamos como en el Coliseo Romano, viendo a los gladiadores como se descuartizaban sobre la arena, ahora se descuartizan verbalmente, no por su trabajo político, que también, sino intentando humillar al contrincante, mucha verborrea, sin clase alguna y contradiciéndose día a día, todo para conservar su sillón y si se puede arrebatarlo al otro, pero sin aportar nada
interesante ni nuevo. Unos que quieren mantener los estatus de los explotadores, el capital de las grandes empresas, los bancos sin dejar que se cambie el estatus de los esclavos, perdón, debería decir trabajadores. No pueden soportar que alguien pueda tener un empleo digno y que le basta para llegar al final de más con una vida, digamos, digna, aunque no tenga grandes lujos. Los otros, otra gran mayoría, lo mismo que los anteriores, pero con la diferencia de que si quieren el sillón tienen que hacer un poco de caso a los que dicen que hay que mejorar la vida a los trabajadores y a las pequeñas y medianas
empresas, por lo menos hacen un poco de paripé, meneando la perdiz para dejarlo todo casi igual.
Luego las páginas de deportes montando el circo diario para evitar que la gente piense en lo importante y en la realidad que se está viviendo.

En las páginas de empleo, prácticamente nada de nada, quieren un especialista en todo pagándote una miseria y unas condiciones de trabajo cada día peores. En lugar de avanzar, retrocedemos a la Edad Media, por lo menos. 

Ya, con más fuerzas, un poco más despierto, tras el café y las tostadas, en vista que no hay nada mucho mejor que hacer, salvo gastar y gastar dinero, he decidido, ir a descansar un poco y repetir la noche en el monasterio, esta vez algo más preparado, más ropa de abrigo, incluso algo para comer y beber durante la noche. Según la previsión del tiempo, va a estar despejado, por lo menos un buen espectáculo de estrellas está asegurado. Lo demás, ni quiero pensarlo, sólo de eso ya se me eriza a piel, pero hay que vencer el miedo, si ha sido sólo un sueño que ha dejado pruebas misteriosas o alguna visión fuera de lo normal de algún suceso anterior, vete a saber de qué año.

Hay un poco más de media hora andando hasta la cima, así que un poco antes del atardecer emprenderé otra vez el ascenso. Mientras voy buscando algo de ropa de abrigo, una linterna y algo para poder comer y beber. Ya más descansado, va siendo hora de que vuelva a subir al monasterio, a ver como se presenta la noche, en la calle sigue la gente con sus idas y venidas, sus prisas para no ir a ninguna parte, hasta que por fin salgo de la ciudad, tomando el camino que sube a las ruinas, tal como voy avanzando se ven todavía los restos de la maleza destrozada, las rozaduras frescas sobre las piedras, tal como lo había dejado por la mañana.

La tarde estaba serena, el sol intentando encontrar el camino para su puesta, detrás de las montañas, un atardecer precioso, con todos esos colores anaranjados y sus extrañas formas al mezclarse y teñir las pocas nubes de ese naranja especial, tirando a rojo, paré un momento, los atardeceres siempre son
un gran espectáculo, una mezcla entre la nostalgia de perder el día y la incertidumbre que nos da la oscuridad, miedos inculcados desde pequeños, el hombre del saco, gente violenta, asaltantes, en cada sitio su monstruo preferido, para infundir ese miedo irracional, quizás deberíamos pensar en como
invertir eso y en lugar de inculcarnos el miedo nos tendrían que  inculcar el saber enfrentar las dificultades en esa oscuridad. 

En fin, son sólo pensamientos y se quedan ahí, luego luego , poco hago para hacerlo realidad, además, todo el universo se pone en contra de que cambies las costumbres ancestrales, aunque sea para mejor o probar algo nuevo.

Luego nos quejamos de como los elementos de poder nos mantienen en el miedo, así, sometidos, sumisos y creyéndonos todas sus mentiras y patrañas y al que se rebele la vida se le amarga hasta que desaparece o abandona esas ideas “raras”.

Llego a las ruinas, todo sigue como lo había dejado, adecué un  poco el mismo rincón, esta vez ya con más abrigo para afrontar la noche, volver a disfrutar del espectáculo de las estrellas, prometía ser bueno también, como tantas otras noches. Me senté en el suelo, mejor dicho, sobre la esterilla que había traído, saqué algo de la mochila para comer, unas galletas, algo de fiambre y la botella de agua que casi siempre llevo cuando salgo de casa.

Mientras estaba cenando, un frío intenso, húmedo, se calaba en mlos huesos, de repente, salida de la nada una espesa niebla, en pocos segundos ya no se distinguían ni los muros, ni tan siquiera los restos del techo que había por los suelos, no era momento para volver, podría ser peligroso y perderme dentro
del bosque, mejor esperar a que se vaya.

Me abrigué bien, disponiéndome a pasar la noche en ese rincón, olvidé las estrellas, no se veía nada de nada, seguramente me dormí pronto, sólo recuerdo que me acurruqué y tapé lo más posible, la humedad hace que el frío sea mucho más intenso...

Una potente luz me está cegando, viene de arriba, el ruido parecía de un helicóptero, unas personas uniformadas, con linternas y pistolas, una voz que me ordena levantarme, no les  veo las caras, sólo sombras detrás de las linternas.

Intento levantarme, sin darme ni cuenta, me agarran de cada brazo y me levantan en volandas, me esposan las manos a la espalda, me llevan a un claro que hay cerca de las murallas, veo descender el helicóptero, me meten dentro sin miramientos, me dejan en el suelo tirado sobre el frío metal.

Noto como nos vamos elevando, nadie da explicaciones, como  mucho con las botas comprueban cada dos por tres que siga ahí tirado. Nadie habla, ni tan siquiera entre ellos. Llevamos ya bastante tiempo volando, para mí una eternidad, mil pensamientos, todo incierto.

Aterrizamos, dónde, ni idea, seguía la espesa niebla, una voz ¡Abajo! Y un tirón fuerte, agarrado por los dos brazos, los pies casi arrastrando, no me daba tiempo a seguir sus pasos, una puerta metálica, un portazo, un pasillo oscuro, tenues luces que intentan iluminarlo, lo justo par ano tropezar con los
obstáculos.

Una sala, también en penumbra, una mesa, dos sillas, me sientan en una de ellas, sigo con las manos esposadas a la espalda. Me dejan solo, un silencio atroz, sólo escucho mi respirar, los latidos de mi corazón, cada vez latiendo más fuerte, una vocecita en la cabeza diciéndome, tranquilo, calma, pero mi
mente ni puñetero caso le hacía, de cada momento más ideas y pensamientos extraños, vueltas y vueltas para intentar adivinar lo que estaba pasando, cuanto más tiempo pasaba, más desesperado.

No entendía nada, no había hecho nada, sólo había subido a ver las estrellas, que con la niebla, ni eso llegue a ver.

Desesperado, salió de mi boca un grito ¡Qué coños pasa, no entiendo nada! Retumbó en las paredes, como el eco retumbaba en mi cabeza, era como una pelota de esas que tanto botan al lanzarlas, daba en la pared, volvía a la cabeza y así repetidamente, no paraba. Mientras, en la sala, después de mi grito, silencio, nada de nada, sólo el pasar de un tiempo eterno, nadie entraba, nadie decía nada.

A mi desesperación, las ganas de orinar que me estaban  entrando, no había baño, sólo podía hacerlo ahí dentro, quería aguantar, estaba temblando, quizás de frío, de miedo, todo junto... Acabé orinándome encima, seguía con las manos en la espalda esposadas, es como si quisieran aumentar mi humillación viendo como lo hacía... 

Tras una eternidad, se abre la puerta metálica, entre alguien uniformado, cara tapada con un pasa montañas, todo de negro, lo poco que se vislumbraba.

Se sentó en la otra silla, encendió la lámpara enfocándola a mi cara, sólo veía la luz, nada más, estaba prácticamente cegado.

Él, seguía en silencio, intimidatorio, como haciendo que me desesperare, lo hacía, le estaba saliendo bien.

¿Por qué lo has hecho? Me pregunta, en todo suave. Se vuelve a quedar en silencio.

Ahora me cabeza dándole vueltas, a que se refiere, que quiere que le responda...

¿Qué he hecho el qué? Yo no he hecho nada, que yo sepa.

No hay respuesta, sigue en silencio, minutos interminables esperando una respuesta que no llega. 

Se levanta, despacio, sin prisa, empieza a dar vueltas por toda  la habitación rodeándome una y otra vez.

 Es como si quisiera ponerme todavía más nervioso, y le funciona, no voy a negarlo.

Sigue dando vueltas, sin acercarse, he perdido la noción del tiempo, ya no sé si es de día, de noche, ni qué hora es, simplemente ya no existe eso que llamamos tiempo, lo que hay es el miedo que ya llevo en el cuerpo, sus pasos retumban en mi cerebro. 

Se sienta de nuevo, como antes, callado, ni una palabra, no le veo la cara, pero siento que me mira, observa el más mínimo movimiento de mi cuerpo, mi rostro, mi respiración.

Se levanta, se acerca, me agarra del pecho, me levanta de la silla, me chilla preguntándome otra vez ¿Por qué lo has hecho?

Pregunto de nuevo, desesperado, ¿El qué?

Me suelta otra vez sobre la silla, ve el charco que había dejado, se le nota una sonrisa de oreja a oreja.
Sigue en silencio.

Empieza a dar vueltas lentamente por la habitación, vuelven a retumbar sus pasos en mi cerebro.

Se acerca a la puerta, abre, cierra sin dar portazo, se va.

Otra vez ahí solo, esperando el no sé qué.

Toda espera desespera, yo cada vez más desesperado y cada vez entendiendo menos todo lo que estaba pasando. Mi mente dándole vueltas a la pregunta, ¿Por qué lo has hecho? Sigue dando saltos ¿El qué?, una y otra vez. Es como si quisieran volverme loco, ya poco les falta. Y aunque una vocecita me dice, ¡Aguanta!, mi cabeza está a punto de estallar, lo peor, sin saber el porqué.

Los brazos y las manos, doloridas por el tiempo que llevo ,esposado con ellas a la espalda, poco a poco más insensibles a las órdenes de mi cerebro, los rugidos de mi estómago como los de una manada de ñus hambrienta en plena sabana, mi garganta reseca, al pasar la saliva por ella más se parece a una piel de lija que araña todo lo que se le acerca. Al cabo de un buen rato, se abre la puerta de nuevo, ponen dos platos de plástico sobre la mesa, uno con algo espeso, no identificado y otro que parecía agua, no me dio tiempo a verlo, volvió a salir y se apagaron todas las luces.

Me levanté de la silla, buscando con la nariz los platos, sobre todo el del agua, mi garganta me lo pedía a gritos, no me  veía, pero parecía un perro bebiendo, absorbiendo el agua que ahí había. Ya un poco más tranquilo, busqué el plato de la comida, estaba fría, era un puré insípido, imposible distinguir de que estaba hecho, también, como un perro, con el hocico metido dentro la comida, por llamarle algo.
Ahora, con la cara llena de comida, relamiéndome los labios y todo lo que alcanzaba la lengua, más bien poco, para ser más exactos.

Al rato, no sé qué habría en la comida o el agua, me encontré agotado, sin fuerzas, buscaba la silla con una de las piernas, no la encontraba, me apoyaba en la mesa con el pecho, no encontraba más apoyo, hasta que caí al suelo...

No sé el tiempo que pasó, sigo sin saber si es de día, de noche, ni la hora, sigue todo oscuro, pero noto las manos delante, sin bien seguían las esposas puestas, busqué la mesa o la silla para apoyarme, ahora ya tenía las manos, si bien limitadas, pero ya era algo de apoyo, encontré la pata de la mesa me agarro a ella para poder levantarme. Tanteando, busco la silla para sentarme, por lo menos que no se note tanto la humedad del suelo, creo que caí en mi propio orín, por lo menos a ello apestaba. Busqué sobre la mesa tanteando con las dos manos, no encontré nada, ni la lámpara, ni los platos.

Vuelta a empezar, la espera, de nuevo, se hacía interminable, silencio, oscuridad, la cabeza peleando entre el no pensar en nada y el pensar en todo, lo pasado, el posible futuro o desenlace, un sin fin de cosas que mejor se mantuvieran en silencio y quietecitas. Pero nada, seguían mis quimeras revolviendo todo, sobre todo, ¿Qué quieren de mí? ¿Qué es lo que dicen que he hecho? ¿Por qué yo? ¿Por qué tanta espera? Etc.

Se enciende la lucecita, se abra la puerta, entra otra vez ese  hombre, sigo sin verle la cara, todo de negro, como siempre, ha traído su silla, que no estaba, se sienta, coloca la lámpara, la enchufa con calma, no la había visto al entrar, la enciende y la enfoca otra vez a mi cara, cegándome de nuevo.

Empieza: Esta vez ya con el tono más alto. ¿Por qué lo hiciste, porqué lo mataste?

Pero si yo no hice nada, no sé de qué me habla, ahora me pregunta por qué lo maté. ¿A quién, cuándo, dónde? Noentiendo nada de nada.

Se toma su calma en contestar, otra vez silencio, espera. Al cabo de un interminable rato se levanta, empieza a dar vueltas por la estancia, alrededor de la mesa, por detrás mía, quedándose a veces parado justo detrás, sólo escuchaba su respirar pausado, seguía dando vueltas.

Yo ya ni le seguía con la mirada, esperaba que pasara por delante la mesa para verlo, la desesperación me superaba, el  miedo hasta me paralizaba, hasta el punto en que tiras la toalla, consigues pensar lo menos posible, aunque sin perder la guardia por lo que pudiera pasar. Ahora me cerebro simplemente estaba en estado de alarma, pero apenas pensaba.

La impotencia hacía que esperara, sin más, pocas alternativas me quedaban.

Al cabo de un rato, por fin, empezó a hablar algo, empezó diciendo: Lo pateaste por todo el cuerpo, le pusiste un collar de hierro, tobilleras y muñequeras de hierro, todo unido con cadenas, completamente desnudo, lo encontramos asfixiado justo detrás de las ruinas, las huellas encontradas son las de tus
deportivas y en el hierro sólo estaban las tuyas y las suyas.

Aquí me reventó la mente, ¿Cómo podía yo haber hecho esto, se estaba acurrucado en un rincón y muerto de miedo, además, pensaba haberlo soñado? De todo lo demás que cuenta, sigo sin entender nada, yo no he estrangulado a nadie, simplemente pasé la noche ahí.

Tal como lo pensaba, se lo contaba. Otra vez se quedó en silencio. Se levanta dándole una patada a la silla, lanzándola al otro lado de la habitación se acerca a mí, me agarra del cuello, me levanta, me lleva a la pared elevándome hasta que no tocaba el suelo, casi no podía respirar.

Me dice, cada vez apretando un poco más el cuello, “era uno de los nuestro, lo mataste, que te hizo para llegar a este punto, él estaba bien formado, era fuerte, ágil, pero tú le segaste la vida”. 

Ahora, con la respiración entrecortada, alcancé a decir, “te lo cuento, pero suelta mi cuello”.

Siguió apretándome contra la pared, esta vez bajándome un poco y aflojando para que pudiera respirar un poco, me lleva a la silla, deja que me siente. Intento recuperar un poco de aire, todavía me cuesta llenar los pulmones, sobre todo cuando al pasar por la garganta parece que me está quemando el aire que respiro.

Apagó la luz, salió de la habitación, al rato, esta vez poco, vino con un vaso de agua, me lo ofreció, ordenándome, con voz imperativa ¡Bebe!

Le conté todo el sueño, tal como yo lo recordaba, con pelos y señales, no sé si se lo creía o no, no articulaba palabra alguna, no gesticulaba, su cara, lo que se veía en la penumbra, tras su pasa montañas, es decir, sus ojos, ni parpadeaban, tras ese pasamontañas no se movía nada, ni un músculo se le notaba.
Cuando acabé, sin decirme nada de nada, salió de nuevo de la habitación, pocos minutos más tarde, apareció con otro vaso de magua, otra vez me ordenó ¡Bebe! No me lo pensé mucho, estaba seco después de contarlo todo lo que sabía.

Ahora empezaba a notar como me invadía todo el cansancio, los ojos se estaban volviendo pesados, se cerraban los párpados, noté como la silla desaparecía de debajo mis nalgas, ya no me ofrecían apoyo alguno...

Me despertó un sonido metálico, algo había caído cerca de mí, estaba oscuro, no veía lo que era. El sonido lejano, como de un helicóptero que se aleja, se escuchaba en el aire. Miré al cielo, se veía el firmamento, precioso, como cada vez que ahí subía. 

Noté que estaba sentado sobre algo húmedo, tanteé con las manos los que era, curiosamente, me dolían las muñecas, pero ya no llevaba las esposas, ahí volvió a darme un vuelco mi cabeza, mi mente, otra vez tampoco entendía nada, seguí palpando, los pantalones mojados, un charco debajo de ellos, palpo por los lados, encuentro la mochila, me acordé que llevaba una linterna dentro, la busqué, ahí estaba, la encendí, sorpresa para mí, seguía en las ruinas, en el mismo lugar, sin moverme, busque alrededor, recordaba el sonido metálico que me había despertado.

Se me volvió a erizar la piel, me invadió otra vez el miedo, me puse a temblar, no sé si de frío o por lo que acababa de ver. En el suelo, más o menos a medio metro de donde estaba, un collar de hierro, con un trozo de cadena, como el que vi que le pusieron al joven.

Quería cogerlo y verlo de cerca, tocarlo con las manos, pero  algo me lo impedía, se me cayó la linterna al suelo, mis brazos, manos, piernas, no respondían, por mucho que mi cerebro les dijera, “agarra eso y míralo de cerca”.

Me despertó el sol en el rostro, si bien se agradecía el poco calor que desprendía después de la fría noche. Miré al suelo, ahí seguía el collar de hierro, lo miré, me dije, ¡Déjalo!

Recordé que me quedaba algo de las galletas y el fiambre en la mochila, y sí, estaba ahí, comí un poco mientras veía lo que quedaba del amanecer. 

Seguí sin entender nada de todo lo pasado, fui a ver ese claro de al lado del monasterio a ver si podía aterrizar algún helicóptero. Salí de las ruinas, muchas pisadas de botas militares, decidí seguir las huellas, me llevaron a un claro, ahí en el centro, se acababan las huellas, miré por los alrededores,
no se veía nada más.

Pensé que podía haber sido una pesadilla, pero... ¿De dónde salió el collar, de dónde, de quienes todas esas pisadas, quienes eran, si es que eran...?

Preguntas y más preguntas, todas sin respuesta. Pensé si es que me estaba volviendo loco, algún tipo de locura que no conozco, alguna enfermedad de mi mente.                 
                   
¿O era acaso alguno de esos sucesos paranormales que a veces  uno lee o escucha hablar...?
Volví a las ruinas para recoger la mochila, ahí seguía ese collar, esa cadena enganchada, Otra vez la duda, lo dejo ahí o me lo ,llevo como recuerdo, estuve un rato, indeciso. Mi mente tampoco estaba para pensar mucho.

El sol empezaba a calentar, cosa que agradecía, pues, ya no sé si por lo pasado, el miedo, el frío o todo junto, estaba tiritando. Empecé a agacharme, mi mente me decía, déjalo, no lo recojas, no lo toques, por otro lado, otra vocecilla, agárralo, llévatelo, no lo dejes ahí, puede ser muy antiguo, lo puedes tener de
recuerdo o venderlo, aunque sea por el peso, algo te van a dar... 

Acabó en la mochila, decidí que era hora de bajar de ahí, tomar un descanso de las subidas a ese lugar, mi cabeza no estaba para tantas pesadillas, o lo que fuera, todo era demasiado extraño y mi mente no era capaz de asimilarlo.  

Necesitaba moverme, aunque fuera para calentarme, el sol ya no me bastaba. En las piedras del camino, seguían las marcas de las ruedas metálicas, las ramas por los suelos, como la tarde anterior, se veía la ciudad ya más cerca. Era hora de llegar a casa.

Me adentré en las calles de la ciudad, seguía caminando deprisa, necesitaba llegar, preparar la cafetera, tomar un buen mcafé y descansar, seguía agotado.

Tenía la sensación de que me estaban siguiendo... Pensé, “qué absurdo” “quien me va a seguir y para qué”.

De vez en cuando miraba hacia atrás, no veía a a nadie, pero esa sensación no me la quitaba de encima. Cambiaba de calle, sin ver a nadie, me imaginaba algunas sombras, mi parte consciente me decía no hay nadie, son tonterías tuyas. Mi inconsciente, que sí que te siguen.

De pronto, me agarran de los brazos, me aprisionan contra la pared, me esposan las manos a la espalda, de dos patadas me abran las piernas.

Empiezan a registrarme, primero todo el cuerpo, luego la mochila.

Yo preguntándome. ¿Qué buscan ahora? Lo anterior pensaba que era un sueño, una pesadilla, pero... Ahora estoy despierto,he bajado del convento... Quienes son esa gente, que siguebuscando en mi mochila.

La primera pregunta pronto tuvo respuesta: ¡Somos de la
policía secreta! Me enseñaron una placa, ponía policía, de todo lo demás que ahí hubiera no me acuerdo de nada.

El compañero exclama ¡Ahí lo tenemos, lleva el collar!

Me quedé frío, otra vez el collar en escena, mientras mi cabeza intentaba descifrar algo, una sirena, luces azules destellantes, dos policías de uniforme bajan rápido, abren la puerta trasera del coche, me meten dentro, se cierra la puerta.

Entramos en un aparcamiento subterráneo, ya sin sirenas. Se para el coche, se abre la puerta, me sacan como pueden, me empujan contra el coche, me quitan las esposas de una mano, me sacan la mochila, me colocan de nuevo las esposas.

Abren una puerta metálica, se cierra con un portazo, pasillos interminables, ascensor, no sé si hacia arriba o abajo, se abren las puertas, más pasillos interminables.

Otra puerta metálica, la abren, me meten dentro, se cierra, todo oscuro, otra vez mi cabeza dando vuelta, preguntas sin respuesta...

Toni Oliver





jueves, 21 de noviembre de 2024

Mi mente

Mi mente

Mi mente
retrocedió a tiempos pasados
al ver a los niños
columpiándose en unos columpios improvisados.

Sorteando las olas
en una playa indómita
donde la vegetación se funde con el agua 
con sus abrazos y caricias.

Colores diversos
como los secretos versos
silentes, que se crean en el cerebro
para un amor ignoto.

En la arena, las conchas
clavándose en los pies como navajas
eso sí, algo gastadas
crujiendo bajo los pies, esas delicadas plantas.

Un pino, olvidado en el tiempo
brazos fuertes como los de Sansón
una vieja cuerda, un tablón
unos nudos bien hechos.

Los niños soñaban
un columpio para ellos mientras el silencio callaba...
“Niño, deja de joder con la pelota”
“Niño, eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca”.

En cada vaivén un vuelo
un cielo de cara, a la espalda otro cielo
agarrados en las cuerdas, estaban en su trapecio
cumpliendo, por momentos, esa gran ilusión.

Ilusión de ser simplemente niño o niña
sin mas diversión que ser su propia esencia
no lo que las normas mandan
rebeldes con o sin causa.

Toni Oliver

Pintura de Cosme Andreu



Del suelo al cielo y viceversa

Del suelo al cielo y viceversa

Del cielo al suelo y viceversa
podría decir infierno
pero no, ese es el mismo suelo, irreverente
el cielo no es el lugar de los dioses
es donde reside la feliz mente.

En el suelo, esta Tierra
lugar escuela sonde no existen los colegios
ni lecciones con cátedra
esas lecciones son la vida misma
en base a ostias y glorias.

Las ostias, las que recibes
cuando de buena fe andas
buscando elevar tus sueños a esos cielos
a esas alturas de gloria, sube la mente, el ego
que luego el destino todo lo baja.

Qué gran maestro ese vaivén
manejando la montaña rusa de la vida
unas veces con vivas y sus loas
otras, en la bajada
hundiéndote en el lodo hasta el fondo.

De todo se aprende
de las victorias la fama
de la derrotas, una gran lección
buscando la mejora 
para la victoria en la próxima ocasión.

Duelen, ufff, no todo el mundo sabe cuanto
mas cuando se repiten una y otra vez
hasta llegar a la victoria
muchas subidas y bajadas
sólo es saber gestionarlas.

Me recuerda este libro
viejos recuerdos de antaño
cuando recién salido del cascarón
en un mundo nuevo me soltaron...
La selva indómita, pintada de cuento de Disney.

Toni Oliver

Dedicado a Pedro Contreras y su libro "Nunca quise ser cantante"