Solitaria estaba la calle
Solitaria estaba la calle, algunas farolas con luz tenue la alumbraban, el suelo mojado por la suave lluvia, en el centro una canaleta que recogía la lluvia y los orines de los perros hacia un destino incierto.
Se escuchaba el retronar de los zapatos con suelas de cuero, refuerzos de acero en las puntas y los talones, chocando contra las piedras del suelo, resonaban con eco en las paredes, rompiendo el silencio de la noche.
Un borracho, sin rumbo, caminando de lado a lado, haciendo paradas obligatorias en cada farola, en cada una de ellas relataba parte de su historia, nada ni nadie le contestaba, las piedras, silentes, escuchaban, acostumbradas ellas, esto sucedía al cerrar los bares un poco más allá de la media noche.
Chocó al agarrarse en una de las farolas con una mujer joven , vestido desgarrado, lo que quedaba lleno de agua de la lluvia que estaba cayendo, se miraron, ella le espetó un “imbécil” en toda la cara, él, sin articular palabra, justo le venía aguantarse de la silente farola que jamás le contestaba, ahora era la mujer la que hablaba chillándole todo tipo de improperios, no entendía nada, con lo a gusto que estaba cuando era él el que contaba su historia sin que nadie le rechistara.
Como pudo, la mujer, se desagarró de la farola para seguir su camino, el borracho no le contestaba, eso no le gustaba, ella quería que le contestara para seguir llamándole lo que le diera la gana y pelear con él, pero él, solamente callaba.
Un perro, con más huesos que piel, empezó a oler al borracho, le soltó un ladrido, él lo miró, lo acarició, le dijo, “vámonos huesudo”, ambos siguieron por la cuasi oscura calle, perdiéndose en el infinito silencio, más allá de donde las luces alumbraban...
Toni Oliver
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