miércoles, 26 de junio de 2024

Brillaba la luna

Brillaba la luna

Brillaba la luna sobre la cruz de la iglesia del pueblo entre las amenazantes nubes, oscuras ellas, como las golondrinas ya en sus nidos escondidas. Los los relámpagos las adornaban, haciendo brillar los tejados por segundos, sombras móviles sobre las tejas, apareciendo y desapareciendo entre rayo y rayo. Los truenos, potentes, como su fueran terremotos, hacían temblar los edificios, las lámparas se movían, sembrando el pánico, se escuchaban chillidos de miedo en lugares indefinidos.

Rompe la tormenta, golpeando el granizo contra los cristales, proyectiles lanzados por una mano invisible, la luna ya escondida sobre la oscuridad de la noche. Ésta, ahora ya mucho más oscura, las farolas han dejado de alumbrar, incluso ya no queda ventana alumbrada, la electricidad ha desaparecido.

Algunas personas han encendido alguna vela, temblorosa, marcando el paso de la una brisa imposible, al estar todas las ventanas y puertas cerradas, sobras que atraviesan las ventanas, a sabiendas de que nadie más está en casa,  mucho menos en la habitación en que sólo estábamos el gato, muy negro él, pero estaba en mis brazos haciéndome arrumacos. 

Seguían las sombras cruzando por la ventana, sólo visibles en los momentos en que los relámpagos alumbraban el cielo. El gato ya inquieto, mirando inquieto a esas sobras invisibles sin la luz, él las veía o presentía. Mi vello estaba erizado, como si una electricidad estática pasara por ellos.

Un portazo sonó, tembló toda la pared, como una fuerte explosión, no había luz alguna, la vela quedo apagada, todo oscuro, ni los rayos alumbraban, los truenos sonaban incansables, otra cosa rara, sin relámpagos.

De pronto, sonaban los pasos metálicos de los caballos al golpear los caballos las piedras de las calles. No se veía como una tenue luz moviéndose por ellas, nada más se veía. No se escuchaba ni una sola voz, sólo los cascos de los caballos.

Volvió el silencio, un ligero aliento se notaba en la nuca, el gato no era, seguía en mis brazos, ese aliento paraba de la nuca a la cara, alargué la mano por si podía tocar algo, moví una, luego otra, no había nadie, el aliento seguía dando vueltas por la cabeza...

Toni Oliver



No hay comentarios:

Publicar un comentario