Casa de lodo
Casa de lodo
ahí vivía el anciano maestro
anciano por la suma de años
que no por viejo
la playa, a su lado
donde las olas del mar iban rompiendo.
Con la brisa se expurgaban esas olas
pulgas que se convertían en saladas gotas
por el aire se deslizaban como mariposas
buscando posarse sobre la piel curtida
dejando esa mancha blanquecina, salada
que lames, saboreándola como si fuera vida.
Su sabor, al igual que su perfume
recuerda a lo que se cocina sobre las brasas
buenas viandas que su olor esparcen
como droga alimentaria
filtrándose en los pulmones
cegando la vista.
Se pasea el profesor
con su lápiz y libreta
al igual que las olas
los versos fluyen en ella
a veces, como el agua del río, calma
otras, como en la gran cascada.
Sí, esa pasión que a velocidad de vértigo
cae al vacío en un interminable vuelo
segundos de pasión, fuego
siguiendo el camino hacia los rápidos
sin descanso, el corazón acelerado
acabando en la placidez del lago.
Ya en esa calma
dejando en libertad a los caballos
que troten y se alimenten de la verde hierba
se sube a su caballo de acero
rodando por las interminables carreteras
sin destino cierto, rumbo al incierto.
Toni Oliver
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