Callan las oscuras...
Callan las oscuras y tenebrosas calles de las ciudades, esos barrios inexistentes para las autoridades, pero que son el propio corazón que les da vida cuando las luces, ya en penumbra, a veces bajos las sombras que viven de la propia luna, nacen historias, de segundos, horas, días, meses, años, hasta a veces interminables...
Entre el silencio, sólo roto por el eco de los pasos sonámbulos, alguna vieja cama a la que le chillan las piernas por la sobre carga y sos movimientos incesantes, incluso golpeando las delgadas paredes, por llamarles algo, a esos seudo tabiques entre vecinos, dando la impresión que sin ningún esfuerzo puedes atravesarlas, cuando más si el ajetreo golpea con fuerza los hierros de la cama contra esos muros, golpes rítmicos, continuados, hasta que al cabo de un rato vuelve el silencio entre la oscuridad de la noche, o la voz del sereno cantando las horas con su tintineo de llaves.
Al llegar la madrugada, antes de que el sol amanezca, los cascos de los caballos golpeando con fuerza sobre las antiguas piedras, esas que dejaron los romanos en sus andanzas por esas tierras, inamovibles, eternas, eco que retumba en las paredes de las calles que ahora cambian el chirriar de las camas por el de los balancines de los carros con sus matutinas cargas, apresurándose para llegar a los mercados con sus perecederas mercancías, antes de que el calor diario les de ese aspecto mustio y pierdan la hermosura con que fueron recogidas la anterior tarde.
Unas voces chillando, a lo lejos se van escuchando, al grito ¡Al ladrón, al ladrón! Grito que hace que se abran las ventanas para curiosear la mañana con su cotidiano espectáculo, del cual, poco más se sabe, pues el ladrón se ha perdido entre el entramado de estrechas calles.
Volviendo a esas oscuras y tenebrosas calles, silentes de los misterios inconfesables, callados para la eternidad, revividos por rumores inventados para alimentar el morbo de lo inconcebible, en este mundo de engaños sin verdades y con mentes ya programadas para que se exalten y enfaden a las voz de un farsante tomando como verdad la inexistente existencia, mientras, los de alta alcurnia y oro en sus arcas, hacen sus fechorías, también silentes, culpando al primer desgraciado que aparezca en las calles, con hambre y miseria evidente, sin defensa pero con la cruel condena de todo el pueblo que alimenta la mentira...
Toni Oliver
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