Blanca nieves, ni tan blanca ni de nieves.
Se murmuraba en la aldea sobre lo que hacía esa niña joven, esbelta viviendo con siete enanitos, algunos muy mal humorados, otros, si bien pequeños de buen porte, siempre alegres y soñadores.
¿Como podía vivir esa niña con tantos hombres? Pregunta común entre los aldeanos, algunos exponiendo sus malos pensamientos como si fueran hechos, otros llenos de envidia por lo que pensaban que estaba haciendo.
En realidad nadie sabía nada, sólo se lo imaginaban, pues la niña poco iba a la aldea, más bien se quedaba en casa, con su bosque encantado, lleno de vida, apartado de las fieras humanas.
Blanca nieves le llamaban, pero ella ya con su piel curtida bajo el sol en un bosque donde la nieve nunca asomaba.
Llegó la bruja de la aldea por aquellos lares donde Blanca nieves habitaba, estaba sola cerca de su casa. La bruja la miraba y miraba, su hermosura le embrujaba.
Poco a poco el odio y la envidia aumentaba, ella que nunca había sido guapa y ahí, ante ella, esa niña del que todo el pueblo hablaba.
Sin decir nada la bruja se fue hacia su cabaña, cabizbaja y pensativa, en su mente sólo una palabra se escuchaba, venganza, venganza.
Toda la noche dando vueltas, maquinando su maquiabélico plan. No quería que nadie sospechara.
Ya de madrugada, elaboró caramelos de diferentes colores, los colores del arco iris y con diferentes sabores. Varias formas fálicas de diversos tamaños que vibraban al roce de sus manos. Los colocó en una cesta de mimbre, por la noche la dejó cerca de su portal para que al levantarse a por agua lo encontrara.
Levantada Blancanieves, con legañas en los ojos, más de medio dormida todavía, al salir de la cabaña tropezó con la cesta, se esparció todo el material por los suelos, inocente ella, a nada lo asociaba, al recogerlos notó que a las manos se le pegaban, los olió, su perfume le encantaba, lamió su mano y... Estaba dulzona, con sabores muy agradables, naranja, limón, vainilla, fresa, etc. Empezó a chuparlo como si fuera un caramelo, que lo era, tan rico lo encontraba que parar no podía, al rato, el sueño le ganaba.
La bruja que esperando estaba, se la llevó arrastras hacia su cabaña, la encerró en una jaula, su ropa rota, hecha jirones, casi no le tapaba nada. La bruja disfrutaba de verla encerrada. Sabía que así podría trabajar sin prisa, pero con los enanos no contaba.
Preocupados los enanos por Blanca nieves, no la encontraban, se pusieron a buscar por todo el bosque, pasaban las horas, no la encontraban. El hambre y la sed sus cuerpos ya notaban.
Salía humo de la cabaña, no la conocían ni sabían quien en ella habitaba, se acercaron a ver si les daban algo de agua. Llamaron, abrió la bruja, les ofreció agua. Al ver los 7 enanitos sus maquiabélicas ideas tomaron vida, les llevó el agua, todos bebieron y bebieron, muy sedientos estaban.
Al rato, todos dormían como si nada...
Despertaron enjaulados, como Blancanieves, pero ninguno al otro veía y moverse no podían, muy pequeña la jaula.
Harta de no ser agraciada, deseaba saciar sus ganas, de paso, vengarse la la niña guapa. Con engaños, promesas que no pensaba cumplir, a cada uno por separado usaba, la niña con la boca bien tapada para que no articulara palabra, pues al ver lo nerviosa que se ponía cada vez que a un enanito veía con ella, la bruja ya sabía que los amaba, por lo que ideal para su venganza.
Ya la niña traumatizada, harapienta, mal alimentada, drogada, a los varones de la aldea la alquilaba, a las mujeres, para que se mantuvieran calladas a los enanitos les dejaba y a la niña también si bien pagaban...
Toni Oliver
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