Aquel atardecer de invierno
Aquel atardecer de invierno, intentaba el rojo sol acostarse en el horizonte bajo las azules aguas, tornándose rojas como la sangre, junto con el cielo con esas nubes que intentaron asomarse.
Me recordaba el verano cuando por la calor todo ardía, hasta el agua que uno bebía, esperando el atardecer para salir a pasear por el monte o por la playa, en doquier donde el aire algo refrescaba.
Hoy no, no hacía calor, era frío, el sol no había calentado en todo el día, pero ahora se veía bello escondiéndose bajo las aguas marinas. Miraba a través de los cristales empañándose a cada instante, quitando ese velo formado para poder contemplar esa bella puesta, sin atreverme a abrir los cristales, todo estaba helado, mis ideas, mis pensamientos.
Intentaba escribir algunas líneas, ya me daba igual lo que dijeran, llevaba unos días abandonado por mis musas o simplemente el frío congelaba mis ideas.
Absorto en la puesto y sin pensar en nada, un sobresalto me devuelve a la realidad, el timbre de la puerta estaba sonando, mi corazón acelerado, no estoy acostumbrado a que suene. Desde hace tiempo, vida de ermitaño, más bien eremita con apenas contacto con el exterior, lo justo para aprovisionarme y no morir de inanición.
Me dirigí hacia la puerta, mil preguntas en la cabeza, pues a nadie esperaba, ni a los vecinos, siempre con la tele puesta. Acerqué mi ojo izquierdo a la mirilla, nadie a primera vista, decidí abrir la puerta, nadie esperando... ¿Quién habrá llamado a la puerta? Ni idea.
Sin más preguntas en mi cabeza ni respuestas, me dirigí hacia la ventana, ya sólo oscuridad y algunas luces de la calle encendidas. Nadie paseaba, ni los gatos, ni los perros callejeros, solo el aire moviendo las oscuras ramas de los árboles, alguna de las lámparas parpadeando para no conseguir ni el estado de encendida ni de apagada, dando dolor de cabeza a quien la estuviera mirando, quizás alguno esté hipnotizado.
En la cocina, intentando preparar la cena, buscando por la nevera algo a lo que se le pudiera pegar un bocado y calmar esos ratones rugientes de mi estómago, cada vez sus rugidos sonaban más fuertes, mis niveles de azúcar bajando aceleradamente, sonando todas las alarmas para que algo fuera introducido al estómago y elevarlos un poco...
Sentado en la silla, a ver si calmo un poco esa bajada y me recupero, escucho pasos por el pasillo, cosa no entiendo, en la casa sólo estoy yo, arriba no hay nadie de los de al lado sólo se escucha la tele. No puede ser que sean en casa, pero cada se escuchan vez más cerca de la cocina, pasos suaves, lentos, como no queriendo hacer ruido, pero pasos.
Enciendo todas las luces, también las del pasillo, que se encienden con un interruptor de al lado del portal de la cocina. Miro ¡Nadie!. Sigo encendiendo las luces del resto de la casa, ¡NADIE!
Otra vez sentado en la cocina, los pasos de nuevo,un candelabro por los suelos, sólo tengo uno de metal, está en el salón con velas rojas, son sigilo me acerco al salón, nadie, pero el candelabro en el suelo y las velas esparcidas.
Vuelvo a mirar por toda la casa, habitación por habitación, pasillos, baño, cocina, nadie...
Empiezo a pensar si será mi cabeza la que me juega malas pasadas, nada entiendo, pero algo tiene que haber, no se cae un candelabro sólo y se esparcen todas las velas por los suelos si no es con la ayuda de algo o alguien.
Decido dejar las velas y el candelabro en el suelo, ya lo recogeré más tarde, vuelvo a la cocina, tengo que comer algo, el azúcar sigue bajo y yo casi mareado, abro la puerta de la nevera de nuevo, miro en el cajón de las verduras, buscando algo rápido para comer, bien sea fruta, yogur, o cualquier otra cosa...
Desperté, me dolía la cabeza, sin muchas fuerzas, la nevera abierta, varias frutas por los suelos, intentaba levantarme, me costaba, así como pude me levanté, cerré la puerta de la nevera para no tropezar con ella, me acordé del candelabro, fui hacia el salón, ahí seguían en el suelo, con las velas esparcidas, pero...
Una de ellas estaba encendida en el suelo, con la cera que le caía por uno de los lados acumulándose y cayendo como una cascada roja, estaba todo cerrado, pero la llama se movía como si la estuvieran soplando, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo...
El sol está entrando por la ventana, la cera desparramada por los suelos, el candelabro acompañándola y yo que no recuerdo nada de nada... Mi cabeza, me duele como su me la hubieran molida a palos...
Toni Oliver
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