Tormenta en el desierto
Caminando por el seco y ardiente desierto, rumbo a ninguna parte y a todos lados al tiempo. Ojos llenos de arena transportada por el fuerte viento, cuerpo sudoroso, mugrientas y a apestosas vestimentas, tiempo ha que el agua no habían visto, mas la costumbre de olerlas ya había vacunado el sentido del olfato, ya nada olía del propio cuerpo.
Una gran negra nube a lo lejos, acercándose a gran velocidad, tapando el ardiente sol, en poco rato sobre nuestras cabezas, a muy pocos metros, estalla el luminoso y ardiente relámpago, quemando parte de nuestras ropas, al tiempo que el estruendo del trueno casi sordos nos deja. Todo tan junto que imposible separar el trueno del relámpago.
Paralizados y con el corazón acelerado y descompasado, a borde del infarto, rompe el cielo en tormenta de piedras de hielo, como puños saltando por los suelos, sin sitio alguno donde resguardarnos, de cuclillas y salvando la cabeza de la gran granizada que estaba cayendo, convirtiendo el desierto en una extensa masa de piedras congeladas, blancas con el techo negro de las nubes que las descargaban.
Del calor ardiente de la arena, pasando al frío intenso de las heladas piedras traídas por la tormenta.
Por un momento, un enorme silencio, nada se oía, nada se notaba, no estaban mis compañeros, los que conmigo por el camino andaban.
Sólo en medio de la nada, frío, calor, todo mojado y temblando. Nada entendía, la tormenta se había disipado, el desierto desaparecido. Momentos de calor, otros tiritando, hasta con los dientes rechinando.
El suelo era como una especie de algodón que se hundía hasta las rodillas, mirando hacia arriba, no había cielo, nada había, ni techo, nada de nada. Un vacío inmenso.
A poco de entrar en pánico, sin saber donde estaba, empapada toda la ropa sin atreverme a quitármela.
Cierro los ojos, intentando no ver lo que ahí estaba, los abro de nuevo...
Estoy en un bote, sin remos, sin velas, sin motor. Me asomo por la borda, debajo no hay agua, estoy en el aire en medio de un vacío indeterminable. Luz tenue por doquier. Ni sol, ni luna, ni estrellas, ni horizonte definido. Solo en un bote, sin nombre...
Vuelvo a cerrar los ojos... Noto como un vacío en el estómago, como si estuviera cayendo, los abro con recelo, no hay bote, estoy cayendo a ninguna parte, no veo el suelo, pero sigo descendiendo vertiginosamente y acelerándose la caída...
Mi mente no se atreve a pensar, toda mi vida pasa en unos instantes, de recuerdo en recuerdo en recuerdo, hasta algunos que ni sabía que ahí estaban.
Todo está oscuro. No, es que tengo los ojos cerrados. De pronto algo me sacude. Abro los ojos, seguía en el desierto... Todo mojado, sangre en las manos, en la cara... Las piedras de granizo me habían alcanzado...
Toni Oliver
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